Crítica de teatro

'Galatea', domadora de la amargura

Míriam Iscla encarna la heroína trágica de Sagarra en el nuevo montaje de Rafel Duran en el TNC

GALATEA

GALATEA / MAY ZIRCUS

Manuel Pérez i Muñoz

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Nada iba a ser igual después de la Guerra Civil y Sagarra lo intuía. Cuando a partir de 1945 se volvió a permitir el catalán en los escenarios, el autor reinstalado en el franquismo probó un cambio de estilo. Un intento de dejarse llevar por la corriente europea del existencialismo pero sin apenas llegar a meter el pie en el agua. El público entonces no lo entendió, y el escritor acabó regresando a las fórmulas del éxito anterior, los poemas dramáticos. Aquellas probaturas, en cambio, han sedimentado más pegadas a su tiempo, y como muestra la conocida 'Galatea' (1948) que el TNC monta por segunda vez.

Permanecerá este texto porque siempre habrá conflictos bélicos o grandes crisis sociales en las que reflejarse. Quizás por eso el montaje de Rafel Duran comienza con el personaje de Samson, el carnicero arribista, poniéndose un uniforme de protección que recuerda la asepsia del covid-19. La comparación se queda ahí, porque la devastación de la guerra irrumpe rápido, y con ella el drama de su protagonista, Galatea, domadora de focas con nombre de ninfa que deberá malvender su circo y marchar al exilio como refugiada. Acompañada por su inseparable Jeremies, payaso y bufón con nombre de profeta, en su descenso a los infiernos chocan con todo tipo de personajes mezquinos.

Mapa simbolista

Todo un mapa simbolista para quien quiera adentrarse. Economía de recursos en la escenografía de Rafel Lladó, aunque mucha intención de subrayar la parte más negra de la tragedia a través de la espesa atmósfera sonora. Las proyecciones remarcan también, en consonancia con la intención del autor, el derrumbe moral de una época. No hay tregua en la desesperación, y la tensión forma un muro entre los personajes. Tan solo cuando la acción se traslada al París de la posguerra se abre un poco el tono hacia una farsa mecánica. Los intelectuales en las terrazas de los cafés serán el centro de la diana en la parte final, la impostura sobre la que se asienta la riqueza criminal de los que han sacado tajada de la desesperación.

Las interpretaciones van bien cosidas al tono oscuro. Con su falta de escrúpulos, los sucesivos 'partenaires' marcan la oposición a la protagonista. Con un amplio abanico de emociones, Míriam Iscla soporta uno tras otro los envites sin perder la luz de esperanza que mantiene viva la obra. Su Galatea sorprende por la entereza de un personaje femenino fuerte y libre, modernísimo. Buen recorrido también el de Roger Casamajor como el bufón Jeremies, voz de la conciencia que va cayendo en la amargura. Densidad con matices para un texto que sigue sorprendiendo por la valentía de su carga ideológica.