Los premios de Hollywood

Los Oscar de la anomalía y la tradición coronan ‘Nomadland’

En un año extraño marcado en el cine y en la gala por la pandemia, la película de Chloé Zhao cruza su última frontera

El ansia por el retorno a la normalidad y el clamor por la justicia racial laten en la fiesta de la Academia de Hollywood

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Idoya Noain

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"Cuando entra en crisis aquello que da sentido a tu existencia y te otorga tu identidad misma ¿qué te queda?" La reflexión la hacía en una entrevista en estas páginas con Nando Salvà Chloé Zhao a propósito de ‘Nomadland’. Es, no obstante, una que viene de maravilla para resumir algunas de las preguntas que se plantean tras los Oscar de este domingo, una edición tan anómala como fiel a tradiciones. En ella precisamente cruzó su última frontera coronándose como mejor película el wéstern lírico contemporáneo de Chloé Zhao, un bello y humanista retrato de los trashumantes forzosos que revelan el reverso amargo del mal llamado sueño americano, ese que saca la pesadilla a la superficie en cuanto se golpean los endebles cimientos de justicia social de la construcción capitalista.

Porque, ¿qué da sentido a los Oscar?, ¿cuál es su identidad? Son preguntas imposibles de responder categóricamente desde hace tiempo pero han cobrado nueva dimensión en los últimos años. Y lo hacen conforme la Academia de Hollywood trata de ponerse al día con las realidades diversas de un cine que delante y detrás de las cámaras hace añicos el control férreo que durante décadas han ejercido la industria, el hombre blanco y esa academia para imponer una idea anacrónica de Hollywood, sus proyectos e historias, creadores y protagonistas, como epicentro del universo del cine.

Son también preguntas a las que la pandemia, con más de un año de confinamiento y distancias de seguridad, con mascarillas y cines cerrados y con el 'streaming' como tabla de salvación, ha dado renovada vigencia, subrayando una realidad anterior a la irrupción del covid-19 en la que ya tenían cada vez más peso la atomización de la atención y la diversificación de 'contenidos'.

Las dicotomías de la academia

Las respuestas que da la academia son confusas. Porque en estos Oscar que ansiaban el retorno a la normalidad la gala y los votos, con una mezcla de heterodoxia y ortodoxia, han quedado otra vez atrapadas en sus dicotomías.

Netflix puede haber sido el estudio más galardonado, con siete de las 36 estatuillas a las que optaba, incluyendo dos para ‘La madre del blues’ y dos para ‘Mank’, así como la de documental para ‘Lo que el pulpo me enseñó’ y dos de los cortos, pero ha sido un estudio tradicional que Disney compró hace dos años, Searchlight, el gran triunfador.

El de ‘Nomadland’ es su cuarto Oscar a mejor película en ocho años y aunque esta vez y por la pandemia ha necesitado en buena parte de las plataformas para hacer llegar el trabajo a los espectadores su estructura de fondo no cambia. Y la película, además, ha permitido a Zhao ampliar a dos el aún paupérrimo palmarés de mujeres directoras premiadas en los Oscar en sus 93 años de historia y a Frances McDormand sumar su tercera estatuilla como actriz y la primera como productora.

Diversidad racial

En unas nominaciones históricamente diversas, y en algunos de los premios, los Oscar también han enviado señales contradictorias. Bañaron en oro a Daniel Kaluuya como actor de reparto en 'Judas and the Black Messiah' y permitieron celebrar a Youn Yuh-Jung como la primera actriz surcoreana y segunda asiática con un Oscar interpretativo por su trabajo de reparto en ‘Minari’, dando de paso a quienes vieron una gala tan experimental como larga, rara e irregular la oportunidad de disfrutar de la frescura y el desparpajo de una septuagenaria que ha sabido hacer oro de su momento de gloria en Hollywood.

En el premio que todo el mundo daba por sentado, el Oscar póstumo a Chadwick Boseman que los productores de la gala parecían anticipar cuando alteraron el orden de entrega de las últimas cinco décadas dejando el galardón como colofón, se vivió en cambio el anticlímax definitivo. El premio fue para Anthony Hopkins por ‘El padre’, reconocimiento sin nada que objetar y sí mucho que celebrar en lo cinematográfico pero que era inevitable que se leyera bajo otro prisma, el racial, bajo el que la academia sale peor parada.

Con Hopkins ausente y un final chocantemente abrupto tras tres horas y 16 minutos de gala, queda flotando un regusto extraño por esa decisión, más si cabe en una gala donde el clamor por la justicia racial latió en varios discursos e intervenciones. Porque se habló del asesinato de George Floyd y de la condena del policía blanco que le asesinó, del vídeo de ese encuentro fatal, de muertes de negros a manos de la policía, del miedo de las madres negras por sus hijos sin que importe si tienen fama, del trabajo que queda por hacer y también de la idea de que un día “será simplemente normal”, y no un hito, ver a más mujeres de minorías rompiendo barreras en los Oscar.

Solo el paso del tiempo asentará estos Oscar en su lugar en la historia y depurará qué queda en el recuerdo, pero tiene reservado espacio seguro el momento anómalo en que han llegado. Y al menos en la inmediatez resuena también con fuerza el ansia de tantos, incluyendo la academia, por declarar su amor al cine en su espacio y formato histórico y reconstruir esa relación ahora tocada, un anhelo que expresó mejor que nadie McDormand. "Por favor, vean nuestra película en la mayor pantalla posible -imploró-, y un día muy, muy pronto, lleven a todo el que conozcan a un cine y, hombro a hombro en ese espacio oscuro, vean todas las películas".

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