Cine

Crítica de 'Una veterinaria en la Borgoña': el campo es bello, pero duro

Julie Manoukian demuestra una envidiable capacidad para conseguir un equilibrio perfecto entre la crítica social y la comedia rural amable

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Una veterinaria en la Borgoña'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Una veterinaria en la Borgoña'. /

Beatriz Martínez

Beatriz Martínez

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La ópera prima de Julie Manoukian parte de un esquema inicial que hemos visto muchas veces: una joven que se traslada al entorno rural, en el que nació y del que reniega por sus ambiciones profesionales, encontrándose con la inicial desconfianza de los oriundos. El eterno choque entre el campo y la ciudad, y los prejuicios que se generan por ambos lados. Sin embargo, el enfoque ante esta disyuntiva se torna fresco y diferente al centrarse en una profesión pocas veces retratada en la ficción, la de veterinario.

El cine francés tiene esta extraña cualidad, la de adentrarnos en un espacio y una actividad como si nos la descubriera por primera vez, poniendo especial atención a la hora de plasmar con meticulosidad sus usos y costumbres, en este caso, poniendo de relevancia la dureza del trabajo con animales en el entorno ganadero.

Así, ‘Una veterinaria en la Borgoña’ consigue trasladarnos a una realidad que se aparta del bucolismo paisajístico (aunque algo de eso también tenga) para poner sobre la mesa muchos de los problemas que acumulan los pueblos pequeños que, al igual que ocurre en nuestro país, no se encuentran lo suficientemente atendidos y acarrean graves problemas de abastecimiento y recursos.

Manoukian demuestra una envidiable capacidad para conseguir un equilibrio perfecto entre la crítica social y la comedia rural amable, al mismo tiempo que impregna de feminismo una película protagonizada por una mujer que no se doblega ni por los animales ni por los hombres.