Autor a descubrir

David Aliaga, el único catalán en la lista de 'Granta': un converso al judaísmo

"Hacerte judío es como revivir a una criatura mitológica", dice el escritor de L'Hospitalet

David Aliaga

David Aliaga / José Luis Roca

Elena Hevia

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Posiblemente, el catalán David Aliaga (L’Hospitalet, 1989) sea el más especial de todos los escritores citados en la revista 'Granta', jóvenes a los que seguirles la pista. Para empezar, quizá se trata del más desconocido de los seis autores españoles -los otros son Alejandro Morellón, Cristina Morales, Munir Hachemi y las jovencísimas Andrea Abreu e Irene Reyes-Noguerol-, acaso porque hasta el momento tan solo ha publicado en sellos de muy reducida distribución. Pero eso solo no le convertiría en la ‘rara avis’ que es: un chico de L’Hospitalet, de familia católica, que un día, fruto de sus inquietudes espirituales pero también culturales, decidió convertirse al judaísmo.

Esa inquietud alimenta la práctica totalidad de su escritura, que explora desde un lugar voluntariamente escogido el tema de la identidad. "Fue el resultado de una búsqueda espiritual que fue creciendo a través de la lectura de pensadores como Martin Buber y Emmanuel Levinas y acabó llevándome a la sinagoga de una forma más íntima", explica el autor, que es consciente de que su conversión despierta el asombro y la curiosidad en un país como España, con una tradición encapsulada por la historia. "Es verdad, hacerte judío, un pueblo expulsado hace siglos y convertido hoy en una ausencia, es como hacer revivir a una criatura mitológica en la España del siglo XXI. Algo que muchas veces choca contra la comprensión de familiares y amigos".

Espiritualidad para el siglo XXI

Aliaga ha convertido esa experiencia en el material de sus dos libros de relatos, ‘Y no me llamaré más Jacob’ (Isla de Siltolá) y ‘El año nuevo de los árboles' (Sapere Aude), en los que indaga en esa decisión desde una perspectiva de autoficción. "El protagonista de mis historias, aunque se pueda identificar conmigo, no soy yo exactamente. Pero sí he jugado con la conversión prestándole al personaje muchos de mis rasgos y reflexiones". Podría parecer que las inquietudes espirituales del autor entran en contradicción con algunos postulados de la ultraortodoxia religiosa, como la condición subalterna de la mujer y, en particular, con el conflicto palestino-israelí, pero él lo tiene claro y se aleja diametralmente de esas concepciones conservadoras. "Esa religiosidad anclada en el pasado dista mucho de cómo yo la vivo y de cómo interpreto el judaísmo. En este sentido estoy muy acompañado. En textos de rabinos como Abraham Heschel o Mordekai Kaplan he descubierto una religiosidad ciudadana, comprometida y muy lejos de la superstición, una forma de vivir que no choca con el siglo XXI".

Qué es lo que el autor puede tener en común con el resto de compañeros de generación, autores menores de 35 años, que curiosamente también han elaborado en sus narraciones mitos judeocristianos e indígenas. "Creo -admite- que puedo estar algo lejos de sus estéticas pero posiblemente la exploración de la identidad y la memoria sea algo común a todos nosotros. En mi caso, autores no judíos como Patrick Modiano y Annie Ernaux han sido fundamentales para profundizar en el tema. Pero hay que darle tiempo al tiempo, porque todavía somos jóvenes y nuestra obra aún está en proceso de construcción. Dentro de unos años los puentes entre nosotros se verán más claros". 

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