EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Tomás Nevinson': una culminación novelística

Javier Marías urde un nuevo dilema moral en esta fábula de espías, que está entre lo mejor de sus 50 años de trayectoria

Javier Marias

Javier Marias / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Este año se cumplen cincuenta desde que Javier Marías debutó como novelista con 'Los dominios del lobo'. No hay muchas carreras literarias tan longevas —casi ninguna, ni Galdós siquiera—, y más si consideramos las obras maduras y logradas, descartando las tentativas iniciales o los títulos crepusculares. Su novela 'El siglo' (1983) fue, bajo el influjo de Benet entre otros, excelente y las tres publicadas en los años 70 distan de ser productos incipientes e incluso diría que el experimento 'El monarca del tiempo' (1978) prefigura ya algunos de los rasgos de su escritura. Sostener a lo largo de medio siglo una altura creativa superior, sin apenas altibajos, sin abjurar de los compromisos con el estilo, la indagación moral y la experimentación con el género, constituye una proeza sin precedentes y quizá irrepetible. Esta última novela suya, 'Tomás Nevinson', corrobora con creces lo que digo.

En ella Marías ha logrado en espléndido equilibrio entre las prerrogativas —más bien imperativo— del escritor (por ejemplo la de una prosa sutil, sinuosa, matizada, que propone un devenir para el pensamiento o la demora del ritmo narrativo como argucia de promesa y satisfacción) y los derechos del lector (sin ir más lejos, a la amenidad y a ser removido en sus asentadas convicciones). En este espacio intermedio, ni el escritor abarata o adultera su proyecto ni el lector sufre un texto arduo o tedioso. Para adueñarse de ese territorio, Marías ha recuperado al espía angloespañol Tomás Nevinson, el esposo en sombra de Berta Isla, que, tras retirarse del servicio activo, recibe de su antiguo jefe, el siniestro Bertram Tupra, el encargo de identificar cuál de tres mujeres enmascara a una terrorista del IRA, colaboradora de ETA, que fue responsable de atentados tan salvajes como los de Hipercor o la casa-cuartel de Zaragoza. Localizarla implica, a falta de pruebas incriminatorias, su ejecución, lo que abre un dilema moral que late en toda la historia y que involucra cuestiones de hondo calado ético y político: ¿es lícito matar a alguien como castigo —o venganza— por los crímenes cometidos o como prevención ante los que acaso pueda cometer?

 Nevinson debe desplazarse a una ciudad norteña, la imaginaria Ruán, y, camuflado como profesor de inglés, investigar a las tres sospechosas para descartar a las dos inocentes. El entramado detectivesco hace que el relato fluya sin perder su brío, sembrado de notas humorísticas (los nombres cómicos o los personajes grotescos) y comentarios mordaces sobre el mundo hacia 1997, que es una versión aún por degradar del presente, el nuestro, en el que escribe el narrador, es decir Nevinson. Como manda el género, la trama presenta puntos de inflexión y peripecias que refuerzan el interés e impulsan el relato, pero estos mecanismos nada tienen de convención y producirán más de una sorpresa en los lectores familiarizados con el universo y la galería de criaturas del autor, en especial desde 'Tu rostro mañana'. Pero la captación del lector no responde tan solo al empleo eficiente de la fábula de espías o al grave problema moral que aborda (¿es siempre reprobable matar?), sino que se extiende a los magistrales retratos de personajes, a la historia de amor entre Berta Isla y Nevinson, a las suspicacias que alimenta este como narrador e incluso a las citas y referencias literarias que asoman aquí y allá a manera de cajas de resonancia. En definitiva, una culminación novelística.