Una exigencia polémica

Amanda Gorman, la traducción como campo de batalla

Profesionales del sector debaten sobre el "gesto político" de la poeta de pedir que sean mujeres activistas y negras quienes adapten su obra a otras lenguas

La joven poetisa Amanda Gorman recita sus versos durante la ceremonia de investidura de Joe Biden.

La joven poetisa Amanda Gorman recita sus versos durante la ceremonia de investidura de Joe Biden. / PATRICK SEMANSKY / POOL

Rafael Tapounet

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La decisión de la editorial Univers, perteneciente al grupo Enciclopèdia Catalana, de apartar al poeta, traductor y músico Víctor Obiols de la versión en catalán del poema ‘The hill we climb’ ('El turó que enfilem'), de la joven Amanda Gorman, por no ajustarse al perfil identitario requerido por el sello estadounidense Viking Books (que, atendiendo a las demandas de la autora, ha comunicado que prefiere que el trabajo sea llevado a cabo por una mujer, activista y, preferiblemente, negra) ha puesto el foco sobre un ámbito, el de la traducción, que suele permanecer en sombra cuando se habla de la creación literaria. El ‘caso Gorman’ (llamémoslo así a falta de un nombre mejor) ha suscitado un vivo debate en el sector que, más allá de una invitación a la caricatura a la que algunos no han podido resistirse, empieza a brindar interesantes aportaciones sobre asuntos de tanta importancia como los criterios con los que se seleccionan los traductores, los límites del derecho patrimonial de los autores respecto a sus propias obras y las condiciones en las que se desarrollan las labores de traducción.

“Aunque solo sea por la polvareda que ha levantado, este asunto ya ha servido de mucho”, apunta el poeta, escritor y traductor Yannick Garcia (Amposta, 1979), que lo considera “uno de esos casos ejemplares que ayudan a replantear apriorismos”. De hecho, la controversia que envuelve las traducciones de ‘The hill we climb’, el poema que Amanda Gorman leyó el 20 de enero en el acto de toma de posesión de Joe Biden como presidente de EEUU, no empieza (ni acaba) con el veto a Víctor Obiols. A finales de febrero, la escritora holandesa Marieke Lucas Rijneveld (blanca, joven y de género no binario) renunció a seguir adelante con la versión en neerlandés de ‘The hill we climb’ después de que la periodista y activista Janice Deul reclamara públicamente que el encargo recayera en una mujer “orgullosamente negra”. Ya antes de que estallara la polémica, la editorial Hoffmann und Camper había reunido a un equipo formado por tres personas -una traductora literaria alemana, una periodista negra y una feminista musulmana- para verter la obra al alemán.

“Es imposible desligar la petición [de Gorman] de su valor político, y por tanto lo entiendo como un gesto de batalla, similar, salvando las distancias, a la prohibición que Miquel Bauçà exigía a su editor de traducir la obra al castellano”, señala el traductor, escritor y enigmista Pau Vidal (Barcelona, 1967). “Es indiscutible que existe un posicionamiento político -le secunda Yannick Garcia-. O, digámoslo de otra manera, la decisión ha hecho visible una dimensión política que, en circunstancias normales, pasa desapercibida”. Garcia da un paso más y defiende la legitimidad de Gorman para convertir la elección de traductores en parte de su mensaje: “Que tú, como autora, quieras que tu obra tenga también un efecto extraliterario, que consideres importante no solo lo que dices sino quién lo dice por ti y en qué contexto, es, como mínimo, lícito”.

Discriminación positiva

La escritora, periodista y traductora Marina Espasa (Barcelona, 1973) entiende que, además de una declaración política “para hacer visible un conflicto”, el gesto encierra “una práctica de discriminación positiva”, y se congratula por ello: “Mientras existan brechas salariales entre hombres y mujeres, mientras le continúe siendo más difícil a una mujer que a un hombre acceder a un puesto de trabajo por el hecho de ser mujer, mientras las cargas familiares sigan estando desequilibradas, creeré en la capacidad que tienen las cuotas de compensar injusticias”.

El valor de la discriminación positiva es también esgrimido por María Serrano (Valencia, 1975), traductora, editora y activista cultural, que subraya la importancia de la decisión de la autora como forma de “retorno” a la comunidad de la que forma parte. “Si lo que se ha buscado es aprovechar la visibilidad y capacidad de maniobra de Gorman para que redunde en beneficio de su comunidad y abrir un espacio en el mundo editorial para las mujeres jóvenes afrodescendientes vinculadas al activismo, me parece no solo aceptable, sino necesario -reflexiona-. Todas deberíamos tener siempre presente este tipo de retornos a nuestra comunidad. Y al mundo en el que vivimos le hace mucho bien que lo forcemos a abrirse a una pluralidad de voces y de comunidades que han sido históricamente borradas”.

"Casualidad cósmica"

Bastante menos complaciente con la postura de Gorman se muestra el traductor Ernest Riera (Girona, 1966), que comenta que resulta “hasta demasiado fácil” ridiculizar las exigencias de la poeta nacida en Los Ángeles hace 23 años y destaca que pretender encontrar a un traductor “que se ajuste a las características vitales, anímicas, literarias e ideológicas” de un determinado autor “es imposible o producto de una casualidad cósmica”. Riera, que entre otros muchos autores ha traducido a la escritora afroamericana de ciencia ficción feminista Octavia Butler y a la novelista y ensayista inglesa de origen afrocaribeño Zadie Smith, se vale de una pregunta retórica para dejar clara su posición: “Se entiende mejor si eliminamos el factor racial y de género. ¿Qué pensaríamos de un autor que hubiera escrito el poema ‘El divorci’ y exigiera que su traductor fuera un hombre divorciado de 43 años con tres hijos, porque, si no, no podría expresar las vivencias y emociones que expresa el poema?”.  

A juzgar por las opiniones que vierten algunos de sus colegas, no es tan sencillo eliminar de la ecuación “el factor racial y de género” porque ese, justamente, parece ser el elemento nuclear del asunto. “Yo no creo que haya que ser de una raza o de una religión concreta para traducir a un autor o autora en particular, y de hecho he traducido a personas racializadas sin serlo -explica la traductora, poeta y música Elia Maqueda (Badajoz, 1984)-. Pero si en este caso, debido a la visibilidad de la figura de Gorman y al simbolismo que tiene en el momento histórico-político que vivimos, se considera importante pedirlo, adelante. Si eso va a contribuir a conquistar derechos para algunos colectivos que lo tienen más difícil, por supuesto que me parece aceptable”.

"Bajemos un poco los humos, que el privilegio grita mucho y escucha poco", dice el poeta y traductor Yannick Garcia

Yannick Garcia toca un acorde muy parecido cuando afirma que, aunque a él no le parezca necesario que el traductor comparta rasgos “externos” con el autor, “cuanto más normativa es tu existencia, más difícil lo tienes para valorar si eso es importante o no”. Y añade: “Creo que era Desirée Bela-Lobedde [escritora y activista barcelonesa de ascendencia ecuatoguineana] quien dijo en la radio que si eres negro detectas ciertas cosas en las traducciones de autores africanos que un blanco no ve o que le pueden pasar por alto. ¿Quién soy yo para contradecirla? Bajemos un poco los humos, que el privilegio grita mucho y escucha poco”.

El poder de los autores

Claudia Toda Castán (Valladolid, 1984), traductora y docente, introduce un argumento nuevo al advertir de que “no en pocas ocasiones la elección de traductores se realiza por afinidades intelectuales, amistades o incluso puras casualidades, que en principio parecen criterios tan arbitrarios como los perfiles identitarios o ideológicos”, y recuerda que la ley de propiedad intelectual reconoce al autor de la obra el derecho a autorizar o a prohibir la traducción de su obra y a invocar la vulneración de su derecho moral si le parece que la traducción no respeta la esencia del original. “Quizá lo que sucede -agrega- es que no somos del todo conscientes del poder que, como sociedad, hemos otorgado a los autores en los asuntos de traducción”.

A menudo, señala Claudia Toda, la elección de traductores se realiza "por afinidades intelectuales, amistades o puras casualidades"

En este sentido, Toda Castán refiere que, así como hay autores que, tras una larga reflexión, han llegado a la conclusión de que su trabajo termina con la creación de la obra y "la traducción pertenece al traductor" (Marguerite Duras es un ejemplo de ello), otros tienen "un sentimiento de autoría más posesivo". Y menciona, a modo de ejemplos, los casos de Antonio Tabucchi, que solo autorizó la traducción al francés de una de sus obras, "porque, como conocía la lengua, podía intervenir en el trabajo de la traductora", y renunció a que se publicara en otros idiomas, y Milan Kundera, que "vetó la traducción inglesa de 'La broma' y obligó a retirarla cuando ya estaba en las librerías". 

Fiscalizar el trabajo

“El autor, como responsable último de su obra, puede dictar e imponer lo que le dé la gana -opina Ernest Riera-. Otra cosa es que esos criterios sean sensatos o que el autor tenga idea de qué está pidiendo”. Pau Vidal sugiere que, en casos como el que aquí se debate, el autor debería fiarse de su editor local, “porque conoce el entorno”, y señala que, de todos modos, imponer condiciones o un perfil determinado a quien debe ser tu voz en otro lugar del mundo “parece un mal punto de partida”. “A mí -puntualiza- no me gustaría ni pizca saber que un autor, ni que sea mediante intermediarios, está fiscalizando mi trabajo; eso corresponde a los lectores”.

En lo que sí parecen coincidir casi todos los profesionales consultados es en el beneficio que este tipo de controversias, por lo que tienen de agente dinamizador, pueden prestar al sector de la traducción y, por extensión, también al de la edición. Gestos como el de Gorman, expone María Serrano, “obligan al mundo editorial, que está un pelín desquiciado, a trabajar con ritmos más pausados y sacando el máximo partido al trabajo en equipo que en realidad es la creación de un texto”. Tal vez esa sea una colina que también merezca la pena conquistar.

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