Crítica cine

'Raya y el último dragón': animación magnética y muy plástica

Hasta cuatro directores ha necesitado Disney para crear este minucioso filme, muy físico, magnético y plástico

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Raya'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Raya'. /

Quim Casas

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Hasta cuatro directores (Don Hall, Carlos López Estrada, Paul Briggs y John Ripa) ha necesitado la factoría Disney para levantar, 'Raya y el último dragón', señal de la minuciosidad con la que se ha abordado el proyecto. Tras un prólogo que va del colorismo de los decorados a las tinieblas que lo devoran todo, el relato se instala seis años después en un paraje árido y rocoso, digno de un wéstern, en el que las cuitas presenciadas en los primeros minutos adquieren otra relevancia, entre aventura, fantasía, drama y comedia.

Raya, la joven protagonista, vive con su mascota y cabalgadura de lo más original, una especie de armadillo gigante que ahora se convierte en bola rodante, ahora en juguetón animal fascinado por los insectos. La rotundidad realista en las expresiones de los personajes, la animación que no desdeña enseñanzas de otros géneros -las peleas están filmadas como en una película de artes marciales o un videojuego- y la ductilidad en los colores, ya no pueden sorprendernos en una producción Disney.

La historia, por su parte, transita por distintas fases y plantea algunos temas también marca de la casa. Raya debe devolver al mundo -en este caso un lugar que fue paradisíaco y ya no lo es, llamado Kumandra- la armonía perdida que tuvo hace años entre humanos y dragones. El filme recupera al dragón como ente mítico, a veces violento, a veces necesario, emparentándolo con una de esas heroínas ultra-decididas a las que se han acostumbrado tantas franquicias, desde las fantasías Disney a la saga de 'Star wars'. El resultado es sobre todo muy físico, magnético y plástico.