CRÓNICA LITERARIA

Arturito Pomar, un juguete roto del franquismo

'El peón' de Paco Cerdà, un libro impulsado por el éxito de 'Gambito de dama' que ha ganado el Premio Cálamo, cuenta la vida del niño prodigio del ajedrez

Francisco Franco junto a Arturo Pomar, joven prodigio del ajedrez en España.

Francisco Franco junto a Arturo Pomar, joven prodigio del ajedrez en España. / EFE

Elena Hevia

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“Nunca un peón es solo un peón. Confinado a un tablero y con los movimientos limitados a su gregaria condición, integra un bando, sirve a un rey, obedece a una mano”. Pero también: “Todo peón es una dama en potencia, y esa creencia, salvífica, suele ser su perdición”. Los pasajes pertenecen a ‘El peón’, delicado libro del valenciano Paco Cerdà (Pepitas) que recupera la figura del niño prodigio del ajedrez Arturo Pomar y que en los últimos meses se ha visto arrastrado por la fiebre ajedrecística despertada por la miniserie de Netflix ‘Gambito de dama’ (por cierto, Alfaguara acaba de sacar una nueva edición de la novela de Walter Tevis en la que se basa) que ha hecho que se agoten también los tableros en las tiendas. Ahora, ‘El peón’ acaba de recibir el prestigioso premio Cálamo.

La documentada crónica –Cerdà es periodista y delegado de Asuntos Culturales del gobierno de Ximo Puig- construida con materiales literarios se estructura a partir de los 77 movimientos de la partida en la que Pomar, treintañero y perdida ya su prometedora aura, se enfrentó en Estocolmo a un adolescente norteamericano engreído y excéntrico llamado Bobby Fisher. Era 1962. Esa fecha le sirve al autor para establecer un metafórico tablero político, en el que Pomar, pero también Fisher fueron meros peones.

Arturo Pomar, joven prodigio del ajedrez en España.

Arurito Pomar, a los 11 años. / EFE

Un niño mallorquín

Pero vayamos a los orígenes de fenómeno Arturo, o mejor dicho Arturito, Pomar, un chico de familia humilde mallorquín, callado, diligente y manipulable que se convirtió a mediados de los años 40 en el primero de esos niños prodigio que tanto gustaron al franquismo, llámense Joselito, Pablito Calvo o Marisol. Fue tan famoso que todavía no había cumplido 15 años y ya se publicó una biografía suya que “hasta el linotipista, el carpintero y el sereno querían conocer”, como rezaba la publicidad de la época. “El éxito de Arturito, que llegó incluso a las páginas del ‘Times’,  distorsionaba la realidad en blanco y negro de la época y ayudaba a tapar las evidentes carencias del país de una forma muy efectiva. Era pan y circo, aunque la verdad es que pan había más bien poco”, contextualiza Cerdà.

Entonces, el ajedrez ocupaba en España, si es que lo hacía, las últimas páginas de los periódicos deportivos –“a la altura del tiro de pichón”- pero el éxito de Pomar que llegó a hacer tablas con el campeón del mundo Alexander Alekhine a los 12 años, copó las portadas de la prensa en general, fotos con Franco incluidas. Sin embargo, ese momento de gloria duró poco. Al régimen le interesaban mucho los niños prodigio pero muy poco el ajedrez. En Estocolmo, un Arturo de 31 años, gris funcionario de correos tiene que pedir días de permiso sin sueldo para acudir al torneo. “La Federación de Ajedrez reclama medios para ayudarle pero en el ministerio lo sancionan por su osadía. Llega solo, con un libro básico de 15 pesetas sobre aperturas y se enfrenta a gigantes con preparadores”, cuenta el autor. Arturo aguanta y Fisher le sentencia: “Pobre cartero español. Con lo bien que juegas, tendrás que volver a poner sellos cuando termine el torneo”.

La partida del siglo

Otro hilo invisible une a Pomar con  Fisher, su némesis, quien una década más tarde en su enfrentamiento con Spasski, ejemplificará la Guerra Fría sobre un tablero, un duelo de dos modelos de sociedad a través de la inteligencia. El español y el americano, tan discreto uno, tan explosivo el otro, acabarán teniendo problemas mentales, en el caso de Fisher mucho más acusados y espectaculares para la prensa. “A priori siendo tan diferentes los modelos, la España de Franco y el Estados Unidos de Kennedy manejaron  a sus campeones con estrategias similares para satisfacer sus intereses. En el caso de Fisher no tuvieron ningún empacho en utilizarle  en la partida del siglo contra Spasski y luego emitir una de orden de busca y captura”.

Pomar y Fisher son a decir del autor dos peones, pero no los únicos que aparecen en el libro. El año 62 es rico en piezas manipuladas, puestas en jaque o destrozadas por el régimen franquista como Marcos Ana, Julián Grimau o Salvador de Madariaga en el Contubernio de Munich. Otros tanto aparecen en un Estados Unidos en plena lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana.

Tras el memorable duelo con el maestro estadounidense, Pomar, el hombre sin ambición, tuvo que enfrentarse además a la muerte de uno de sus siete hijos. Se instaló en Sant Cugat donde vivió el resto de su vida y trabajó en la Diputación de Barcelona. “Quizá algunos vean un defecto en esta falta de ambición, pero a mí –cuenta Cerdà- me cautivaba su resignación, la normalidad con la que trató toda su vida ese pasado deportivo”. Vivió en Catalunya, de ese modo,  la mayor parte de su vida. “Creo que Catalunya le debe un homenaje a uno de sus más grandes ajedrecistas”, se queja Cerdà.  También fue el más triste. “Si hubiera nacido en Leningrado, su vida hubiera sido distinta”.