CRÍTICA DE LIBROS

'No escriuré la teva història': con arena en la boca y el sol en la cara

Laia Fàbregas se traslada a Oklahoma y California para seguir los pasos de tres generaciones de una familia a partir de la Gran Depresión

L autora Laia Fabregas  que publica  No escriure la teva historia   (Hortizontal) Sunsi Albets Empuries ACN

L autora Laia Fabregas que publica No escriure la teva historia (Hortizontal) Sunsi Albets Empuries ACN / Sunsi Albets / ACN

Valèria Gaillard

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Un motorista con la mejilla pegada al asfalto caliente, un gato muerto y la acompañante misteriosamente desaparecida tras el accidente. Este es el arranque de 'No escriuré la teva història', la novela con la que Laia Fàbregas (Barcelona, 1973) vuelve a la palestra literaria tras seis años de silencio.Y de trabajo, pues la narración alterna dos historias paralelas —una transcurre en el 2019 y la otra a mediados de los años 30—que acaban confluyendo en una reflexión sobre la relación entre madres e hijos y, en definitiva, sobre el irrisorio precio de la vida.

A parte de 'Califòrnia', de Jordi Coca, y algún que otro título, la literatura catalana contemporánea no suele viajar a los Estados Unidos. Ahí es donde se desarrolla la cuarta novela de Fàbregas, que presenta una épica de la miseria que recuerda 'Las uvas de la ira', de John Steinbeck, pues relata el destino de tres generaciones de una familia que emigra de Oklahoma a California después de perder su casa por la terrible 'Dust bowl', que azotó la zona durante la Depresión.

La dureza de las tempestades de polvo está tan bien descrita que el lector siente el sabor de la arena en la boca y el sol quemando la cara en este entorno duro y hostil. Parecería una novela de ciencia ficción si no fuera porque Fàbregas acompaña el libro de fotografías: todo lo que explica es histórico. Incluso que los habitantes hacían frente a la plaga de liebres matándolas con bates de béisbol.

Los personajes —de ayer y de hoy— luchan con uñas y dientes para salir adelante en una historia ancestral que plantea una cuestión que, en plena pandemia, resulta muy actual: ¿Cuál es la diferencia entre vivir y sobrevivir?