Crítica de concierto

El 'zar' volvió y triunfó

Gergiev y la Sinfónica del Mariinsky, en estado de gracia en el Auditori

GERGIEV

GERGIEV / May Zircus

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Valery Gergiev, el todopoderoso director musical del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, en Rusia -junto a España, uno de los pocos países en los que sigue habiendo actividad teatral-, regresó esta semana a los escenarios españoles en una gira junto a 60 profesores de la orquesta del coliseo que dirige recalando en València, Madrid (dos días consecutivos con dos programas diferentes), Barcelona (dos días con los dos programas, pero el primer día en dos sesiones seguidas) y Girona. La Sinfónica del Mariinsky ha sido la primera gran orquesta internacional en actuar en el país, y a tenor de lo visto el jueves en el Auditori de Barcelona -dentro del ciclo Orquestas Internacionales de Ibercamera-, el conjunto y el director regresaron en estado de gracia. 

Para abrir boca se ofreció un bombón wagneriano, la obertura de la ópera 'Tannhäuser', que siempre despierta la pasión del público. La lectura se alejó del enfoque habitual que se le brinda en un concierto, en el que se acentúan los silencios y se aletargan los 'tempi', optando por un nervio teatral que fue muy bien recibido, siendo interpretada casi sin respiro, todo músculo y pasión reverencial. Cargando las tintas, los impresionantes bronces de la orquesta -¡vaya trompas!- casi ahogaron a las otras secciones, con un resultado espectacular.

También hubo espectáculo, y mucho, en la vibrante y también muy teatral versión de la 'Sinfonía Fantástica' de Berlioz que se ofreció a continuación, en la que brilló la transparencia de la cuerda aguda tanto como la profundidad de la grave. El gran vals del segundo movimiento, 'Un bal', apareció matizado al máximo, con un fraseo elegante en extremo, ligero y profundo a la vez, con los 'accelerandi' expuestos de manera genial. Impresionó igualmente el diálogo entre el corno inglés y el oboe del tercer movimiento, así como la tormenta expuesta por los cuatro timbaleros. La marcha sonó equilibrada y transparente, al igual que el aquelarre final, impecable y sonoro, en una acción de conjunto soberbia. El 'zar' hizo honor a su apelativo.