Crítica de teatro
‘El mètode Grönholm’: la fórmula del éxito
Una de las comedias de más éxito de los últimos años vuelve al Teatre Poliorama con un reparto renovado
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Manuel Pérez i Muñoz
Aunque a veces se utilice de forma despectiva, los franceses disponen de un término muy útil, teatro de bulevar. Sirve para identificar producciones privadas, casi siempre comedias, que se dirigen al gran público. En el Poliorama –última sala en activo de una Rambla en la que se apaga la cultura– vuelven a brillar los neones de ‘El mètode Grönholm’, éxito indiscutible que desde su estreno en 2003 ha traspasado formatos y países. El principal reclamo ahora es su renovado reparto, relevo generacional y caras conocidas para un rescate muy oportuno en estos tiempos poco propicios para el riesgo en las producciones.
Jordi Galceran es un gran experto en el género. Precisamente su obra ‘El crèdit’ se estrenó el año pasado en París. Sus textos y en especial este ‘mètode’ despliegan un ritmo impecable, la base de la comedia. Situaciones de partida reconocibles que se van alejando de la verosimilitud hasta llegar al paroxismo. Misma situación de partida: cuatro aspirantes a un importante puesto de trabajo en una empresa deberán pasar juntos una serie de pruebas cada vez más desconcertantes. 17 años después, dos crisis mediante, esa competencia deshumanizada de las multinacionales está aún más viva, y no es descabellado llevar a los personajes todavía más lejos en su egoísmo. Otros temas como la transexualidad han evolucionado bastante más, por eso chirrían los chistes al respecto, aunque los haga un supuesto antagonista.
Nuevas caras
Sergi Belbel, que ya dirigió al reparto anterior, conoce todos los recovecos del texto. Acierta intentando sostener a toda costa la compostura que requiere la situación de partida. Entre los intérpretes, David Verdaguer encuentra el recorrido de su personaje por momentos tan impertinente, y lo consigue sin forzar su demostrada vis cómica. La tiene también Mar Ulldemolins, pero le faltan oportunidades para ponerla en juego más allá del gag de la nariz de payasa y los toques de humor negro que no llegan a cuajar. Enric Cambray con su construcción gestual pasa suelto de la delicadeza a la rabia. Finalmente, Marc Rodríguez es el acelerador de esta nueva versión. Entra a machete con toda su energía dando vida de nuevo a ese pesado pero tierno perdedor que es su especialidad. Nuevas caras y resultado para uno de nuestros mejores ejemplos del buen teatro de bulevar.
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