Crítica

'L’Hèroe': incierta gloria patriótica

El TNC vuelve a abrir la Sala Gran con un texto antibelicista del Rusiñol más contestatario

'L'Hèroe', nueva obra TNC

'L'Hèroe', nueva obra TNC / May Zircus/ TNC

Manuel Pérez i Muñoz

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Con las piezas de 'L'Hèroe' se podría montar el típico serial vespertino de época: un marco histórico identificable, personajes arquetípicos, dramas familiares afectados y conflictos de amor desfasados. Pero el escurridizo Santiago Rusiñol esconde también en esta obra una crítica voraz al sistema y un doble fondo de ironía que la protege contra apropiaciones y lecturas simples. Estrenada en 1903, esta farsa que vira a tragedia plantea un claro arrebato antibelicista, una burla del patriotismo vacío de la España decrepita que pierde las últimas colonias a finales del XIX. Pero como pasa en 'L'auca del senyor Esteve', los retratos de clase no son tan transparentes como parece. Ni siquiera ese obrerismo que hizo lema de la frase final de la obra –“els del telers són els héroes!”– se salva de aparecer retratado como manso y resignado.

Después del éxito de 'Els Jocs Florals de Canprosa' en 2018, el TNC vuelve al talismán del autor modernista para retomar la programación de la Sala Gran después de un prolongado cierre. Para esta gran producción la directora Lurdes Barba tira más de épica y se deja por el camino gran parte del humor y la sátira. La historia lo aguanta bien, y por momentos aparece una textura brechtiana de personajes zarandeados por la coyuntura. Lo vemos en ese Hèroe protagonista retornado de la Guerra de Filipinas, un testosterónico Javier Beltrán con aires de Bardem en 'Jamón, jamón', pero mucho más grotesco y desgraciado. Desde los altares de la gloria militar y social su caída se adivina estrepitosa. Las medallas encajan mal entre la lanzadera y el telar.

El contrapunto lo marca el infeliz personaje de Albert Prat con esa fragilidad conmovedora que ya bordaba en 'Translations' de Ferrant Utzet. Su soldado ha vuelto también de la guerra pero el único reconocimiento obtenido es la enfermedad. Rosa Renom y Manel Barceló destacan también como ejemplares padres coraje, estirando la pieza hacia el drama costumbrista. Y en la parte menos previsible se levanta la escenografía de Silvia Delagneau y Max Glaenzel, ese decorado artificial con su tarima para ceremonias que se va desvaneciendo en la pesadilla de una casa pobre caída en desgracia. Y aunque el texto original se podría haber aligerado bastante, la idea de desplazar algunas escenas clave al principio del montaje provoca curiosidad. Lo vemos con ese del monólogo inicial que remarca las connotaciones racistas y sanguinarias de la epopeya colonial, atrocidades de esas que se acostumbran a tapar con banderas.

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