EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica de 'Clima': el apocalipsis que impregna nuestra alma
Jenny Offill aborda un libro sorprendente alimentado por pensamientos fragmentarios sobre el cambio climático
Sergi Sánchez
Crítico literario
Periodista cultural, colaborador de medios como 'Fotogramas', 'Rockdelux', 'Caimán Cuadernos de Cine' y 'La Razón'. Profesor de la Facultat de Comunicació Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra y jefe de departamento de Estudios Fílmicos en ESCAC.
Sergi Sánchez
Hasta cierto punto, podríamos decir que los breves párrafos de “Clima” son como partes meteorológicos. Sintéticos como el anuncio de una borrasca que lo arrasará todo;mapas borrososque nos informan, barómetro en mano, del fin del mundo; pequeños ensayos sobre la vida que nos espera cuando Nueva Zelanda sea el mejor lugar donde retirarse; y aun así, con el sol como promesa, Jenny Offill se ríe de la lluvia que nos mojará hasta el tuétano. Las respuestas que Lizzie Benson, bibliotecaria sagaz y cuidadora impenitente de una familia que se fía demasiado de su sensatez, escribe a las preguntas de los oyentes de un ‘podcast’ sobre cambio climático, que lleva por nombre “Infierno y diluvio”, son impagables. A la pregunta de cuál es la filosofía del capitalismo tardío, contesta con una fábula opaca e irónica. A la pregunta de cómo se manifiesta la bondad de Dios en el mundo salvaje, se sale por la tangente con información que nadie le ha pedido. Es esta una novela muy sensible a ese aire de apocalipsis que impregna nuestra alma, muy dispuesta a dejarse influenciar por la paranoia ecológica y existencial que nos enloquece mientras su protagonista se preocupa por resolver las tensiones que atraviesan su vida cotidiana.
Como tuits afilados
Como 'Departamento de especulaciones', 'Clima' es un libro desconcertante. Si en aquel texto se alineaba en las filas de la autoficción, en este Offill aborda el cambio climático como un doble síntoma: de la muerte de una civilización que piensa que podrá combatir el desastre con la ingeniería genética y la “des-extinción” (“los mamuts lanudos les interesan mucho”) y del carácter absurdo de la lucha personal contra los elementos del destino, cuando estos emanan una luz demasiado débil en su frágil dependencia (en este sentido, destaca la relación de Lizzie con su hermano drogadicto, siempre a punto para que se le saquen las castañas del fuego, incluso cuando parece que, gracias a la paternidad, sentará la cabeza). Decíamos que la novela es desconcertante porque cada entrada, cada idea de Lizzie, está elaborada con la precisión de un tuit afilado, como si fueran los “Pensamientos” de Pascal o como un gag de post-humor alienígena, desafiando, en su extrema síntesis, un hilo narrativo que es como una piedra lanzada a un estanque. No hay tanto una historia como las ondas que le dan sentido.
“Todas las tradiciones tienen una idea similar. La idea del velo. ¿Por qué no lo rompemos y nos asomamos a lo que hay al otro lado? (Sed bienvenidos, dicen los helechos. Estábamos esperándoos.)”. Como un poemario sobre el fin de las cosas, “Clima” camina hacia la abstracción y el misterio. Habrá que dar la razón a los que ven en esta colección de haikus estupefactos ante el signo que están tomando las cosas en este siglo XXI, ecos de los cuentos minimalistas de Lydia Davis. Microrrelatos camuflados que responden, enigmáticos, a aquello que decían los ancianos monjes del monte Athos a los visitantes que querían escucharles: “Ya estamos muertos y ahora estamos enamorados de todo”.
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