A los 59 años
Muere el director coreano Kim Ki-duk por el coronavirus
El cineasta fallece en un hospital de Letonia, donde tenía previsto pedir un permiso de residencia
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Hoy el cine surcoreano lo dominan directores como Park Chan-wok (‘Oldboy’, ‘La doncella’), Lee Chang-dong (‘Poesía’), Kim Jee-won (‘Encontré al diablo’), Hong Sang-soo (‘En la playa sola de noche’) y, sobre todo, Bong Joon-ho (‘Memories of murder’, la multipremiada ‘Parásitos’), pero hubo una época, en el tránsito entre los años 90 y la década posterior, en la que el único cineasta de aquel país reconocido internacionalmente era Kim Ki-duk, fallecido ayer en Letonia, país en el que tenía previsto pedir un permiso de residencia, a causa del covid-19. El próximo 20 de diciembre habría cumplido 60 años.
El director de ‘La isla’ (2000) y ‘Hierro 3’ (2004) fue para el cine de Corea del Sur lo mismo que años antes Akira Kurosawa para el cine japonés, un auténtico referente fuera de su país, cuyas historias y personajes conectaron con plateas occidentales ávidas de cinematografías distintas. Cierto que en la última década había perdido protagonismo en los festivales y en las salas de estreno. Su obra se había hecho más radical e ingobernable. ‘Amén’ (2011), por ejemplo, la rodó siguiendo cámara a mano a su actriz por París. El otro único personaje del filme es él mismo con una máscara antigás, filmado por la actriz.
El Festival de Sitges vivió uno de sus “momentos” cuando en la edición de 2000 se presentó la polémica ‘La isla’, que había obtenido una mención especial en Venecia. La historia gira en torno a una mujer que de día alquila plataformas para pescar y por la noche se prostituye con los pescadores. En una de sus más recordadas escenas, una mujer se traga varios anzuelos de una caña de pescar y empieza a sangrar. Ki-duk lo filmó sin ambages, con esa mezcla de poesía enfermiza y virulencia física. El público estaba advertido, pero aún así, un espectador se desmayó durante la proyección y una ambulancia se lo llevó prestamente al hospital. Aún hoy no sabemos si fue un montaje o fue verdad. Ki-duk estaba entonces, por méritos propios, no por provocaciones, en la cresta de la ola.
Como avanzadilla de una generación que lo tuvo a él solo como autor conocido, debutó en 1996 con ‘Crocodile’, un drama sobre marginados realizado dos décadas después del último filme de un director clásico surcoreano experto en géneros populares con el que comparte el mismo nombre. Antes había estudiado Bellas Artes en París. ‘La isla’ fue un auténtico terremoto y lo puso de lleno en el mapa del circuito internacional. Faltaban tres años para que Chan-wok dirigiera ‘Oldboy’ y Joon-ho hiciera ‘Memories of murder’. Él solo rompió todas las barreras. Solo por eso conviene hoy recordarle.
El director refrendó su estilo tan atribulado como insobornable con el tensionado ‘The coast guard’ (2002), ‘Primavera, verano, otoño, invierno y… primavera’ (2003) –con su estructura circular acorde a los tiempos en los que en todas las cinematografías se ponía en la picota la narrativa clásica en tres actos–, ‘Samaritan girl’ (2004) –historia demoledora sobre dos adolescentes que se prostituyen para ganar dinero fácil y acaban muertas o arrastrando a todo el mundo hasta los infiernos de la moralidad burguesa–, ‘Hierro 3’ –cuyo protagonista ocupa temporalmente apartamentos en los que sus propietarios están ausentes por un periodo largo de tiempo– y ‘El arco’ (2005), sobre las relaciones entre un viejo pescador y la adolescente que espera desposar.
Ki-duk paseó sus películas por todos los festivales importantes y se llevó galardones en Berlín, al mejor director por ‘Samaritan girl’; Cannes, donde ganó el premio Un certain regard por ‘Arirang’ (2011) –un relato entre autobiográfico y ecologista con él como único protagonista–, y Venecia, alzándose con el León de Oro por ‘Pietà’ (2012), quizá su última película totalmente lograda. Narra el reencuentro entre un individuo solitario y sin muchos escrúpulos y la mujer que dice ser su madre biológica. Para Ki-duk se trataba de una parábola sobre el capitalismo extremo y cuando salió al escenario del Lido veneciano para recoger el premio, lo celebró interpretando ‘a capella’ una canción tradicional de su país.
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