Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Tiene el VAR su mecánica

Maradona, el día que marcó con la mano a Shilton.

Maradona, el día que marcó con la mano a Shilton. / periodico

Como el balón sus símbolos. Lo dijo el poeta Gimferrer de otra manera allá por los 60, cuando ardía el mar, cuando se escribían odas a Venecia ante el mar de los teatros (cuando los nuevos bardos se probaban metáforas “como putas sostenes / ante el oval espejo de las 'oes' pulidas”, según Ángel González). Y cuando Andrés aún no bailaba en una baldosa ni había convertido en caricatura al novísimo en retratos de noches toledanas. Por el interés te quiero, Andrés. Ahora el 'acqua alta' inunda Venecia en mareas de moviola, se hunden sus palacios, los turistas se orinan en las pilastras de los puentes y los gondoleros trafican con sustancias ilegales.

Volvamos al esférico y sus símbolos. Se habla mucho del cuero últimamente. Y de sus practicantes esforzados, sus obreros de domingo, sus héroes prescindibles, sus ídolos caídos, sus muertos a destiempo. Venecia no es Nápoles. En Nápoles las piedras no resisten caretas de diseño. No caminan por sus calles arlequines, pantaleones, colombinas, polichinelas. No hay pierrots pulsando el plectro. Las casas de Nápoles están encaladas con las cenizas de los falsos enamorados. En Nápoles hubo un tiempo en que se encomendaron a un santo delirante y excesivo. Las crónicas lo cuentan como las antiguas hagiografías, para mayor gloria del 'facedor' de milagros. Venía ese santo de aceptarle al diablo su "tibi dabo”, de recorrer las calles rayadas del plano preolímpico. Venía de ganarle él solo una guerra a la pérfida Albión para deleite de una recua de asesinos con entorchados. Venía de una infancia de campos de barro perfectos para crear ficciones. Y todo fue entonces delirio y cuento nuevo.

La mecánica del VAR permite repetir hasta la saciedad (al igual que los espejos y la cópula es abominable “porque multiplican el número de los hombres”, como escribió Borges), permite revisar una y otra vez. El VAR admite la reescritura de la epopeya. Consigue ver los defectos del héroe, confirmar sus tretas, comprobar sus añagazas, dar cuenta de sus artimañas, hacer el cómputo de sus triquiñuelas. Busca cómo penalizar errores, hacer pagar las culpas, desenmascarar al mentiroso, al impostor, al indigno. Así sea. Pero, ay, el VAR se nutre de la repetición. Y nunca hubo dos héroes repetidos. Ni dos infiernos idénticos. Canta, oh Pelusa, la cólera…

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