Aniversario del autor de 'Al vent'

Raimon, desde la atalaya

El trovador de Xàtiva ha cumplido 80 años desde su retiro en tierras valencianas, pero asentado como alto referente cultural y cívico

Raimon, en su último concierto, en el Palau, en el 2017

Raimon, en su último concierto, en el Palau, en el 2017 / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Los aniversarios redondos de Raimon han sido tradicionalmente reseñados en la prensa, pero esta es la primera vez que la efeméride pilla al trovador apartado, y para siempre, de los escenarios. Nos acercamos así al artista desde una perspectiva distinta, no tan atenta a la épica de su resistencia sobre las tablas, sino dotada de la serenidad que da la distancia. Desde su retirada, el 28 de mayo del 2017, Raimon, que el pasado miércoles cumplió 80 años, se ha esfumado de la mirada pública, y nos queda su obra, que no comprende únicamente sus canciones y sus discos, sino el ejemplo de su modo de estar en el mundo. 

Ahora que el paisaje cultural y cívico se nos muestra tan fragmentado, la figura de Raimon impone por sus contornos imperiales, de artista total, a la vez popular y culto; músico refinado y voz de “canto gritado pero meditativo” (como lo calificó el filósofo Manuel Sacristán); figura capacitada para motivar a multitudes, ya sea clamando por la libertad o recitando textos de Espriu o a Ausiàs March, y con autoridad moral suficiente para que todos nos callemos la boca cada vez que toma la palabra. Personalidad de grandes consensos en el catalanismo (hasta hace muy poco), venido de la periferia, tanto por su extracción social menestral (padre ebanista) como por geografía: ese “carrer Blanc”, de Xàtiva, evocado en sus primeras canciones, de donde salió con rumbo, primero, a Valencia (estudios de Historia), y luego, a Barcelona, epicentro de una ‘nova cançó’ capitalizada por Els Setze Jutges, colectivo en el que primaba el ascendiente burgués.

Raimon, en los años 60 en Xàtiva

Raimon, en los años 60 en Xâtiva. / El Periódico

Una esponja de sonidos

El veinteañero Ramon Pelegero i Sanchis no podía haber accedido al ecosistema barcelonés de las mejores manos: la cadena de complicidades que, cruzando el río Sènia, iba de Joan Fuster a Enric Gispert (director de Ars Musicae), y que le llevó a debutar en una cita colectiva en el Fòrum Vergès (1962). Raimon no ponía tanto el acento en la resistencia cultural como en la atención hacia las “classes subalternes”, con la memoria republicana como substrato. Y mientras sus colegas del norte se nutría de Brel, Brassens y compañía, él manejaba un mosaico de referentes asombrosamente amplio, vestigio (en parte) de sus temporadas pinchando discos en la radio de Xàtiva: rock’n’roll, melodistas italianos, copla, música clásica y antigua. Todo ello cristalizó en un canto rompedor, que conjugaba la víscera con una modulación cristalina.

¿De cuántas cosas ha sido pionero Raimon? Del uso de la palabra ‘recital’ como sinónimo de concierto, con su fondo poético, como ha hecho notar su biógrafo, Antoni Batista. De la difusión internacional de la ‘cançó’: suyo fue el primer Olympia del gremio (1966), antesala de giras que le llevarían por Europa, Latinoamérica o el Japón. De la alianza de la palabra cantada con el arte plástico, plasmada de modo temprano en la portada de Miró para las ‘Cançons de la roda del temps’ (1967). Fijándonos en ese elepé, hay una revolución de fondo en su conversión del ciclo de poemas de Espriu, observación del paso de las horas del día en paralelo a las estaciones de nuestra vida, en canciones que se funden con el alma contemplativa. 

Anuncio del concierto de Raimon en el Olympia

Anuncio del concierto de Raimon en el Olympia. / El Periódico

Canción sin limitaciones

Quien abordaba esa misión tan sutil era el mismo cantante que, no mucho tiempo antes, había acudido al Festival de la Canción Mediterránea con la victoriosa ‘Se’n va anar’, de Andreu y Borrell, y que había enamorado a la juventud contestataria con los himnos atómicos ‘Al vent’ y ‘Diguem no’. Raimon nunca ha hecho suya la etiqueta de ‘cantante protesta’, si bien conoce a fondo sus orígenes en la escena folk estadounidense (que conoció de primera mano a través de Pete Seeger, a quien trajo a actuar a Barcelona en 1971), y fue encaminando sus pasos hacia una canción libre de estigmas, tan abierta a la metafísica como al apunte costumbrista, la sensualidad o la lírica amorosa. Estas últimas, incentivadas por la crucial presencia de Annalisa, la romana (de Ostia), convertida en esposa y (férrea) mánager. 

Otro álbum con alta impronta plástica, ‘Per destruir aquell qui l’ha desert’ (1970; portada de Antoni Tàpies), estrenó su audaz introducción en la poesía medieval, logrando que los poemas de Ausiàs March, Jordi de Sant Jordi o Anselm Turmeda adquirieran una nueva dimensión y cautivaran a una generación de jóvenes que aplaudían sus recitales como inequívocas expresiones antifranquistas. Pero, aunque dedicara una canción como ‘T’he conegut sempre igual’ a un dirigente político (Gregorio López Raimundo, del PSUC), Raimon nunca se casó con un partido, aplicando a esa dimensión la misma independencia que siempre ha practicado en las artes. Y si bien, en sus inicios, compartir escenario era práctica corriente, con el tiempo tendería a evitar incluso los conciertos con invitados, despachados por Annalisa como “desfiles de modelos”. 

Raimon entró en el siglo XXI como símbolo de integridad, dosificando sus álbumes (el último fue ‘Rellotge d’emocions’, 2011), y manejando con argumentada discreción el desencuentro ideológico con su público más afín al ‘procés’, mientras era objeto de sonados reconocimientos, como el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Al final, el detonante de su adiós fue su reencuentro con los escenarios valencianos a raíz de la victoria de Ximo Puig. La llamada de la tierra más sentida, certificada en su último gesto, la cesión de todo su legado al Centre Raimon d’Activitats Culturals de Xàtiva. 

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