Crítica de cine

'La increíble historia de David Copperfield': Dickens modernizado

Armando Iannucci, creador de 'Veep', se marca una adaptación multicultural de la famosa saga del huérfano

Dev Patel en una imagen de 'La increíble historia de David Copperfield'.

Dev Patel en una imagen de 'La increíble historia de David Copperfield'.

Juan Manuel Freire

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A lo largo de una rica carrera, el británico Armando Iannucci se ha ganado una reputación de esteta del insulto y maestro del sarcasmo. Si ves una serie ('Veep') o una película ('La muerte de Stalin') con él a los mandos, sabes que acabarás con agujetas en las mejillas y también una opinión bastante baja sobre la humanidad. Lo suyo ha sido siempre el nihilismo, no tanto el optimismo. Por eso sorprende verle detrás de algo como 'La increíble historia de David Copperfield', especie de canto de amor a la multiculturalidad de Gran Bretaña. 

En su segunda adaptación de una obra ajena (tras haberse apropiado del cómic 'La muerte de Stalin'), Iannucci reelabora el clásico de Dickens de 1850 para acercarlo a la realidad social y humana de su país. El protagonista de esta saga iniciática es Dev Patel, actor de padres indios. El bondadoso Sr. Wickfield es Benedict Wong, cuyos padres emigraron de Hong Kong a Inglaterra vía Irlanda. Todos ellos actores tan británicos como los aquí también invitados Tilda Swinton, Ben Whishaw, Peter Capaldi y la revelación de 'Saint Maud', maravillosa Morfydd Clark, en no uno sino dos papeles: el de madre de David y, por influjo de Edipo, el de su amor Dora Spenlow. Su verdadero, verdadero amor, Agnes, está encarnado por la actriz negra Rosalind Eleazar.

La sátira forma parte del cóctel, como es de esperar, pero aquí el análisis de los comportamientos sociales o las dinámicas de poder y clase nunca resulta demasiado hiriente. En lugar de observar a los personajes con distancia antropológica, Iannucci se acerca a ellos, o mejor, los acerca al espectador a través de una cámara de agilidad poco habitual en un drama de época. A veces, este carácter vibrante puede llegar a ser excesivo, pero se aprecia el intento de quitar naftalina a las narraciones sobre eras relativamente pretéritas. 

Todos esos juegos con la forma y la narración tienen sentido en la adaptación de una obra que, al fin y al cabo, es en sí misma una celebración del arte de narrar; una afirmación de las posibilidades que ofrece la literatura para existir más felizmente en el mundo. No todos los ingenios visuales de Iannucci son igual de fascinantes (Terry Gilliam solo hay uno), pero su propuesta es coherente con el espíritu dickensiano.