CRÍTICA DE LIBROS

Crítica de 'Los apóstatas': la ignominia y la desnudez

El mexicano Gonzalo Celorio aborda la tercera entrega de la saga nada ejemplar de su propia familia

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Ricardo Baixeras

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Con 'Los apóstatas', Gonzalo Celorio (México, 1948) continúa comprometido en narrar la historia de la saga familiar de la que ya había dado noticia en 'Tres lindas cubanas' (2006) y 'El metal y la escoria' (2014). Los tres libros conforman un friso narrativo autobiográfico (“la novela tiene un carácter esencialmente autobiográfico”, afirma el narrador de este libro), que el actual director de la Academia Mexicana de la Lengua ha querido llamar, irónicamente,“una familia ejemplar”. Y claro. Ya saben: no hay nada de ejemplar -ni edificante- en la historia familiar que este novelista, ensayista y editor mexicano entrega ahora, porque esta narración, como aquellas, están concebidas y perpetradas desde una férrea voluntad de volver a contarlo todo, lo nimio y lo determinante. Los recuerdos amables y los groseros. La vida íntima y la pública. El principio y el final.

El libro da cuenta de los entresijos hogareños anclados en el núcleo íntimo del narrador Celorio, que no ceja en su empeño por mostrar “la ignominia y la desnudez, la novela que hace pública una afrenta silenciosa y le quita la venda a las heridas abiertas que la escritura ha intentado, acaso vanamente, cauterizar”. Esas venas abiertas de Celorio son las de sus dos hermanos, Miguel y Eduardo, apóstatas que van y vienen a lo largo y ancho del libro en un sinfín de idas y venidas de la religión a la dignidad, de la dignidad al amor, del amor al erotismo, del erotismo a la literatura y de la literatura a la muerte.

Un recorrido personal que al mismo tiempo que muestra la saga familiar se entreteje en una búsqueda afanosa por saber cuál es el sentido de una escritura que se sostiene por el supuesto peso de la verdad de los acontecimientos traumáticos unos (la supuesta vocación religiosa de los hermanos que sus superiores confunden con el todo vale a unos muchachos que se han de dejar querer), livianos otros, pero que siempre abarcan “las terribles preguntas” convertidas en “una evocación de mi infancia oscura y medieval”.

Realidad y ficción

Al escribir sobre determinadas experiencias ominosas de sus hermanos, Celorio se adentra, en realidad, en los lóbregos embrollos de su propia vida: leyendo a los otros se escribe a sí mismo. Un libro que, aunque haya frecuentado lo verídico (“La imaginación se ha tenido que subordinar, dolorosamente, a la dolorosa historia”) no deja nunca de leerse como ficción, como en los divertidísimos y letales encuentros dialécticos entre madre e hijo en los que este pregunta supuestas obviedades que desquician a la madre: “¿Qué hizo Dios para ser Dios? [...] ¿por qué Dios, que todo lo puede, no le prohíbe al demonio tentarnos?”.

El resultado es un libro que siempre gana cuando refiere la veracidad de las experiencias del narrador desde la invención de un retrato familiar que muda a cuadro desgarrador de un país y una época concebidos con una clara voluntad de denuncia. Un ‘Yo, acuso’ que atraviesa todo el texto de cabo a cabo.