EL LIBRO DE LA SEMANA

'El banquete anual de la cofradía de sepultureros': pantagruélico Enard

El escritor francés entrega una novela rabelesiana, gozosa y desmesurada sobre la muerte

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Mauricio Bernal

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Y entonces, página 439, el lector llega a ese capítulo titulado ‘El banquete anual de la cofradía de sepultureros’, que puesto que es también el título de la novela espolea su curiosidad lectora: ¿será realmente el corazón de todo esto? Lo es, se responderá con rapidez, a medida que el maestro Mathias Enard obre su magia y avance en la descripción de este banquete pantagruélico, excesivo, desmesurado, posible solamente porque la señora de negro ha decretado una tregua, como cada año, para permitir que estos caballeros se entreguen a la pasión devoradora. Que corra el vino, que empiecen a circular los cientos de platos de esta desmesura, pues la Muerte está librando y los sepultureros quieren olvidar que existe; que ellos mismos, un día, acabarán en sus brazos, como todos. “¡Larga vida a la Muerte, puta generosa!”, proclaman sin embargo los cofrades, que sin ella no son nada: el gran maestre Secaverga y el tesorero Grangargajo y el chambelán Pollaúd, todos, y da inicio esta ceremonia que es ciertamente el corazón de todo esto, pues todo esto, si hubiera que cifrarlo en una palabra (y no hay nada más difícil que proponer una palabra mágica para una novela tan… la palabra sería ‘abundante’), todo esto habla principalmente de esa vieja amiga. La Muerte.

Sí, es muchas, pero muchas cosas la última novela de Mathias Enard, ‘El banquete anual de la cofradía de sepultureros’ (Literatura Random House), un artefacto que por descontado habla de la omnipresencia de la dama oscura pero también de la rutina en el campo, que es a la vez manifiesto medioambiental y reflexión sobre los ciclos de la vida, que empieza como el diario de un etnógrafo para desplegarse luego en múltiples y gozosas direcciones. ¿En dónde confluye todo esto? ¿Cuál es el pegamento? El lugar: el departamento de Deux-Sèvres, en el oeste francés, donde Enard pasó su niñez. Así que después de vagar por el mundo, de llevar a los lectores a su querido Oriente en novelas anteriores como ‘Brújula’ y ‘Habladles de batallas, de reyes y elefantes’, Enard vuelve a casa, y en el paisaje de su infancia construye este artefacto que en otras manos habría sido, quién sabe, un experimento fallido. En las de Enard, un plato gourmet.

‘El banquete anual…’ es un homenaje a Rabelais, una novela ‘rabelesiana’, pantagruélica en un sentido literal y en un sentido literario, excesiva y gozosa. Enard mezcla tonos, épocas y recursos lingüísticos sin despeinarse, y sale airoso. El capítulo del banquete es una pieza en sí misma, un artilugio con vocación de independencia, del mismo modo que, por ejemplo, el ‘Informe sobre ciegos’ en ‘Sobre héroes y tumbas’, de Sábato, lo cual naturalmente no quiere decir que sus fronteras sean impermeables, al contrario. Qué placer. ¿Cuántas novelas sobre la muerte son capaces de desplegar este tono festivo? Pocas. Y erudito, además, Enard, como siempre. No lleguemos al punto final sin mencionar La Rueda, el mecanismo de resurrección por el que todos los personajes además de ser lo que son han sido o serán nutrias, conejos, pulgas, barones de antaño o campesinos del porvenir. Y así se desplaza Enard por el tiempo: con uno que era cura en su vida anterior y jabalí en la siguiente. En fin. Un goce.