UNA SERIE DE ÉXITO

La familia real británica, según 'The Crown'

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Begoña Arce

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El príncipe de Gales llevaba dos años colgado en una adictiva relación con una divorciada americana sin que la prensa británica dijera una sola palabra. La alta sociedad estaba al tanto del idilio. La pareja no era especialmente discreta. Se prodigaba en fiestas, cacerías, vacaciones en el Mediterráneo. No dejo de verse cuando el heredero subió al trono. En verano de 1936, los periódicos en Estados Unidos y Europa hablaban y hablaban de aquella ‘liaison dangereuse’ del rey de Inglaterra. En Londres, los propietarios de los grandes diarios acordaron mirar para otro lado. La consigna fue proteger a la Corona y las reliquias de la era victoriana. El silencio duró hasta que el obispo de Bradford cuestionó desde el púlpito el comportamiento de Eduardo VIII. Solo entonces los británicos tuvieron la primera pista que conducía a Wallis Simpson y a la crisis constitucional que se avecinaba.

Los protectores de la monarquía siempre han hecho lo posible por guardar bajo llave los secretos inconfesables de los ‘royals’. Periódicamente, sin embargo, las cerraduras saltan.  El trauma nacional de aquella abdicación fue el lanzamiento a escala internacional del folletón interminable que ha convertido a los Windsor en la familia más observada y analizada del mundo hasta día de hoy. Y si las jóvenes generaciones no estaban al tanto de lo que ocurría en los salones, las cuadras o los dormitorios de palacio, ahí está 'The Crown' para contárselo.

Sabotaje a la diplomacia palaciega

Ninguna película, ningún documental, ha tenido el impacto global de esta serie. La cuarta temporada alcanzó en la primera semana una audiencia récord de 29 millones, según ha publicado el diario 'The Sun'. También es la temporada más cáustica con sus altezas reales y la más polémica. Los guardianes de la tradición han acusado a sus creadores de actuar de mala fe, de inventar hechos y circunstancias, de poner en boca de personas aún vivas diálogos corrosivos, de presentar a los miembros de la familia real como seres crueles, fríos y egoístas. Los llamados “expertos reales”, como Richard Fitzwilliams, han tachado la serie de “intrusiva”, “maligna” y “deplorable”, “al haberse tomado tantas libertades con los hechos”.

El desastroso matrimonio del aún príncipe de Gales y la jovencísima lady Diana Spencer está en el centro de la controversia. Carlos y su amante, Camila Parker Bowles, no salen bien parados. El príncipe parece ir al matrimonio con premeditación y alevosía. Un cinismo que sus defensores niegan, pero los espectadores creen. “El problema es que la gente ve programas de este tipo y se olvida de que es ficción”, se queja el hermano de la princesa, el conde Charles Spencer. 

La furia popular ha obligado a Clarence House a cerrar la cuenta en Twitter de la duquesa de Cornualles ante los ataques que estaba recibiendo. “Casi todo en 'The Crown' es verdad. Incluso hay más cosas que se han encubierto. El cómo aislaron a Diana, cómo se rieron de ella, la hicieron creerse que estaba loca, con Camila jugando a anfitriona en la casa de Diana”, decía, a modo de ejemplo, uno de los mensajes. Hurgando en la herida, la serie ha saboteado años de diplomacia palaciega dedicados a dorar la píldora a la opinión pública para hacer digerible el futuro ascenso a reina consorte de la 'malvada' duquesa.  

El hijo favorito

Culpar a una serie de la mala imagen de la familia real es confundir hipócritamente las cosas. El daño a la reputación de la monarquía ha corrido a cargo de sus propios miembros, con su forma de actuar. La propaganda oficial, con desfiles, jubileos, posados de bodas y recién nacidos no basta para camuflar los escándalos. Durante años se permitió que Andrés, el hijo supuestamente favorito de la reina, ejerciera como ‘embajador’ comercial del Reino Unido por el mundo, a pesar de las sospechas sobre sus contactos y transacciones. Solo el 'caso Epstein' y la reclamación del FBI para que declare sobre su papel en la red de pederastas, le ha apartado de las obligaciones oficiales.

La brecha entre hermanos

La última amenaza para la institución ha sido la abrupta ruptura entre Guillermo y Enrique. Es otra historia saturada de edulcorante que acaba de forma amarga. La brecha entre los dos hermanos es profunda y muy posiblemente irreparable. Enrique y Meghan quisieron formar parte de la familia real a su modo, en sus propios términos, como había intentado Eduardo VIII, salvando las distancias. Como él, han tenido que marcharse. La Corona sigue estando por encima de sentimientos, deseos personales o historias de amor, tal y como muestra la serie de Netflix.

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