EL ÚLTIMO CONCIERTO

Los músicos eligen los conciertos de su vida en las salas de Barcelona

Destacados artistas nos cuentan qué conciertos realizados en salas, ya sean suyos o ajenos, les han dejado más huella en sus vidas

Concierto de Rufus Wainwright en Razzmatazz en el 2005

Concierto de Rufus Wainwright en Razzmatazz en el 2005 / periodico

Jordi Bianciotto

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Las salas dejan una impronta tanto en los músicos como en el público, marcando el ritmo urbano, alimentando la memoria sentimental, creando afición y propulsando talentos al mundo. Recorremos seis de las más emblemáticas de Barcelona de la mano de Guille Milkyway (La Casa Azul), Estopa, David Carabén (Mishima), Núria Graham, Sanjosex, Giulia Valle y Ricky Gil (Brighton 64), que nos hablan de conciertos transcendentales en sus vidas, tanto si los han vivido arriba o abajo del escenario. 

RAZZMATAZZ

De Sir McCartney al ‘pogo’ de Ramones

El mes que viene, el 14 de diciembre, hará 20 años que Razzmatazz echó a andar con un concierto de The Flaming Lips, al que seguirían en adelante los de artistas como Radiohead, Pulp (una de cuyas canciones dio el nombre a la sala), Coldplay, The Strokes, Oasis, Franz Ferdinand, Kraftwerk o Kanye West. Antes, cuando era Zeleste, acogió a partir de 1987 a B. B. King, Dizzy Gillespie, Keith Richards, PJ Harvey, Björk... y Sir Paul McCartney. Ritual, este, iniciático para un Guille Milkyway de 17 años, a quien el trance le ocasionó una especie de shock emocional. “Me impactó de un modo tal que al día siguiente no supe decirle a mi madre qué canciones cantó; simplemente me quedó la sensación de haber vivido algo increíble”, recuerda el hombre de La Casa Azul.

La experiencia de aquel inaudito bolo (8 de mayo de 1991, el debut del ex-‘beatle’ en solitario en Barcelona) comenzó días antes, cuando Guille procedió a hacer campana para ir a comprar la entrada, larguísima cola mediante, y concluyó llevándose a casa un trofeo que aún conserva. “El trozo de una toalla que McCartney lanzó al público al terminar, desgarrada por los tirones que le dimos entre todos”, precisa. El autor de ‘La revolución sexual’ tiene muy presentes otros conciertos en esa sala, como el de Pulp en la era Zeleste (1995), con Spring como grupo telonero (“con la cantante muy enfadada porque el público no callaba”), y el de Kitsch (1992). “A este fui con un amigo para demostrarle que no todo el ‘rock català’ era igual”.

Todo músico de pop y/o rock barcelonés tiene en su haber episodios vividos en la sala de Almogàvers, arriba o abajo del escenario. Como David Carabén (Mishima), que cierra los ojos y se ve aplaudiendo a los Pixies o a Ramones, cuando grabaron ahí el disco ‘Loco live’ (1991). “Recuerdo a Joey Ramone, alto como un pino, apoyándose en el pie de micro y proyectándose hacia adelante, donde había un ‘pogo’ gigantesco. Sensación de asistir a algo que, más allá de la agresividad de la música, te implicaba físicamente. Nunca lo olvidaré”.


SALAMANDRA

La primera cola para ver a Estopa

Hace casi un año, en la presentación de ‘Fuego’ en el Palau Sant Jordi, David Muñoz recordaba la importancia que las salas de todos los tamaños han tenido en la trayectoria de Estopa, una de ellas Salamandra, en L’Hospitalet. Allí ofrecieron los hermanos su primer concierto con banda en Catalunya, tras el de Rock Star (Bilbao). Enero del 2000, con el álbum de debut recién publicado, y una cola de admiradores desplegándose a lo largo de la avenida del Carrilet.

“En el público todo eran amigos, y amigos de amigos”, rememora David. El boca-oreja ya era vertiginoso. “Nosotros, antes del concierto, no nos quedamos en el camerino, sino que estuvimos en la sala, con la gente. Y cuando llegó la hora, ‘¡venga, vamos!’”. Antes de eso, en la prehistoria de Estopa, hay que mencionar escenarios de menor aforo, empezando por el KGB, donde ofrecieron su primerísimo recital, como David y Jose, teloneando al grupo pop electrónico Sin Destino. De ahí, al Bar Sense Nom (de Viladecans, mencionado en la letra de ‘La raja de tu falda’) y al Tijuana (Cornellà), y La Cova del Drac. “Nos contrató Anna Mas, que luego nos llevó a La Boîte. Ella fue muy importante en nuestros comienzos”. Y Bikini, local del que Jose recuerda las paredes de ladrillo del camerino. “Con pintadas de los grupos que han actuado ahí. También estamos nosotros”. Las salas, apunta Jose, “son espacios básicos y van muy bien para la cabeza, para distraerse y desfogarse, que no solo de trabajar vive el hombre”.

Salamandra, inaugurada en 1996, es plaza fuerte de la escena autóctona y desarrolló durante un tiempo cierta identificación con el mestizaje a raíz del vínculo con Manu Chao, que ofreció allí sonados conciertos, a veces poco o nada publicitados. Ha acogido estrenos, prestrenos y ensayos de puertas abiertas de muchos artistas, como Ojos de Brujo, Manel o Fermin Muguruza, y bolos de grupos internacionales: de The Darkness o The Psychedelic Furs a numerosa tropa metalera, como Soulfly, Cradle of Filth, Anathema, Lordi o U.D.O.


APOLO

El ‘mitificado’ reino de los subgraves

Aún está fresco el estreno del último disco de Núria Graham, ‘Marjorie’, en la sala 1 de Apolo. Fue el 27 de febrero y lo recuerda sin rodeos como el concierto “más brutal” de su trayectoria. Más que una presentación, para ella fue el cierre de un ciclo. “Tocando por fin todas las nuevas canciones ante mis amigos, haciendo un poco de limpieza espiritual”, reflexiona la artista de Vic. Pero su vínculo con el complejo de Nou de la Rambla viene de más atrás, porque con 18 años (hace seis) teloneó allí a St. Vincent (“era mi ‘ídola’ máxima”), bolo repetido en Joy Eslava (Madrid). “Es una sala que me trae muchas emociones, porque también he ido ahí a menudo de fiesta, al club”, explica. “Y al final, soy quien soy también gracias a la gente que he conocido de noche en salas como Apolo. Si no, sería una persona completamente diferente”.

Apolo se ha hecho fuerte en las últimas décadas como plaza del pop y rock de corte alternativo, y por ahí han pasado atracciones como Rufus Wainwright, The Fall, Interpol, Coldplay, Iron & Wine, The Killers o Smashing Pumpkins, así como iconos del calibre de Paul Weller, Steve Winwood o Buddy Guy. Confiesa David Carabén (Mishima) que tiene la sala “mitificada como espectador” tras haber visto ahí a Tindersticks, en la gira ‘Curtains’ (1997), o a The Divine Comedy (1998). Sin pasar por alto sus noches al frente de Mishima, desde la presentación de ‘Ordre i aventura’ (2010) hasta los conciertos navideños de los últimos años.

Sala de baile inaugurada en 1943, Apolo presenta características sónicas singulares, apunta Guille Milkyway. “El suelo vibra con los subgraves, y todo se mueve, y algo que en un local más grande podría ser molesto, allí no lo es porque le da un empaque físico único que juega a favor”, observa el músico. “No es raro que Apolo sea tan importante en materia de música electrónica y de club. Su sonido es atronador”. La Casa Azul ha sacado partido de esas texturas invasivas, ya que ha presentado en ese escenario hasta cuatro discos.


LUZ DE GAS

Del directo de Sanjosex a la fiesta de Chic

Luz de Gas abrió las puertas, el 26 de septiembre de 1995, con una actuación de Luz Casal, aviso de que su misión discotequera iba a ser compatible con el cultivo cotidiano de la música en directo. Así ha sido desde entonces, y solo el covid-19 ha podido, por ahora, con este local heredero del Belle Époque, en el que Carles Sanjosé, Sanjosex, grabó en el 2012 su disco en directo ‘La viu-viu’.

Sala “bonita y que suena bien”, destaca el músico ampurdanés, que recuerda aquel episodio (tres noches enmarcadas en la apertura del 17º festival Barnasants) como “un buen testimonio del buen momento del grupo, el mejor de Sanjosex en repercusión popular”. Solo un episodio le ocasionó cierto cruce de cables: esos días corrió por las redes una entrevista de este diario en la que defendía que los músicos “no deben tocar de memoria”, lo cual provocó “un pitote”, recuerda. “Profesores de música criticándome, pero yo solo quería decir que no hay que tocar de un modo automático. Aquello me afectó y aún asocio esos conciertos con la polémica”. Vecino de La Bisbal, Sanjosé sabe lo que es hacer algunos kilómetros para asistir a un concierto, y entre sus favoritos menciona el de John Cale en La Mirona (Salt, 2006) y el de Joan As Police Woman en Mephisto (2008).

Una especialidad de Luz de Gas es celebrar su aniversario con actuaciones de artistas de relumbrón, y ahí han estado de Rosario a Solomon Burke, pasando por Ana Belén y Víctor Manuel, Chic o Paul Carrack. Hasta que el covid-19 se interpuso, ya iba por los 12.500 conciertos.

JAMBOREE

Cava de jazz con 60 años de servicio

Jamboree luce una hoja de servicios de nobles resonancias jazzísticas desde su inauguración en 1960: Tete Montoliu, Stéphane Grappelli, Lou Bennett, Ornette Coleman, Chet Baker, Elvin Jones, Larry Coryell... Conciertos que crearon afición y cuyo hilo histórico llega hasta las puertas del covid-19. Desconsuelo entre quienes llevan años frecuentándolo, ya sea en calidad de espectadores como de músicos, como Giulia Valle, que es las dos cosas, y que asegura habar actuado allí centenares de veces. “Yo he crecido en el Jamboree”, sintetiza. “Ha sido mi casa y es un sitio que quiero fervientemente”.

Los recuerdos se le atropellan cuando se le pregunta por sus noches memorables en la cava de jazz de la plaza Reial. “No hay ninguna que no lo sea para mí”, asegura, y le vienen a la cabeza imágenes “apabullantes” de su primera vez, hará más de 20 años, con Aldo Caviglia, José Reinoso y Matthew Simon, y de su cita con Jason Lindner, y del estreno del quinteto, con Guillermo Klein. “Y del trío, y del ‘ensemble’, y de las residencias de un bolo al mes haciendo lo que quisiera. Y del bolo con Carles Benavent y Roger Blàvia. Tengo tantos recuerdos...”, confiesa. “Y girarme a mirar al público y ver que están ahí Dave Douglas o The Bad Plus”.

Giula, originaria de San Remo, se siente afortunada por haber crecido en Barcelona, ciudad que durante un tiempo estableció un fértil diálogo musical con Nueva York. Pero son tiempos turbios, y no solo por el covid, desliza. “Esto ya se estaba yendo al garete antes”.


SIDECAR

Sala estrecha, techo bajo y muchos nervios

Hay salas que ven cómo su destino se asocia a determinados artistas reincidentes, y tratándose de Sidecar, uno de los más distintivos es Brighton 64. Si bien, en su primera vida, en los 80, los hermanos Gil y compañía repostaban en ella para practicar el deporte de la barra fija, en su edad adulta se han hecho asiduos de su comprimido escenario. “Tocar allí es como tocar en casa”, resume Ricky Gil, que sitúa en una veintena larga sus actuaciones en el local de la plaza Reial, incluyendo las de sus otras dos bandas, Matamala y Top Models.

Actuar en un gran festival puede impresionar, pero también transmite presión sentir cómo las miradas se te clavan a corta distancia. “El ambiente en Sidecar, sala estrecha y de techo bajo, es intenso, y ya antes de salir sientes el bullicio de fondo. Aunque ya hayas pasado por eso muchas veces, puedes llegar a ponerte muy nervioso”, explica el cantante. La vecindad del camerino, saliendo del escenario doblando a la izquierda, facilita una connivencia extrema con la audiencia. “Es tocar la última nota y ver cómo se llena de colegas, familiares...” Ricky Gil declara su amor por esos escenarios cercanos, como el del antiguo Zeleste, el de Argenteria, del que destaca no tanto su etapa layetana como la última, en los 80, cuando acogía a los grupos de la ‘movida’ o a los ‘bluesmen’ Buddy Guy y Junior Wells.

Por Sidecar han pasado figuras como Alex Chilton, Lydia Lunch, Paul Collins, The Wedding Present, New York Dolls... Y Nick Lowe, que en el 2016 ofreció un memorable concierto número 5.000.

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