HISTORIA ORAL DE UN FENÓMENO

Ibiza, el último disco-paraíso

La fabulosa escena de clubs de la isla afronta nuevos retos tras seducir a medio planeta y situar al 'dj' en lo más alto, como desarrolla con detalle un libro, 'Balearic', de Luis Costa y Christian Len, a partir de un frondoso relato coral

Fiesta en Elrow.

Fiesta en Elrow. / periodico

Jordi Bianciotto

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El parón pandémico facilita la mirada idealizada: Ibiza, como sensual Sangri-La, tierra prometida de bohemios, hedonistas y, desde hace algunas décadas, sus majestades los ‘discjockeys’, asociados a un modo de vida que no sabemos cuándo ni cómo volverá. Ahora que todo está en suspenso, entra en escena un libro-espejo de costumbres trepidantes, que nos cuenta cómo una isla mediterránea de ascendiente agrícola y tradicional se transformó en la milla de oro del ‘clubbing’ propulsando tendencias musicales, convirtiendo su nombre en marca y alzándose como última meca de un artefacto, el club, la discoteca, cuyo futuro hoy está en cuestión.

No ha sido un camino fácil ni corto, pero Luis Costa y Christian Len lo recorren a placer en ‘Balearic. Historia oral de la cultura de club en Ibiza’ (Ed. Contra; a la venta este miércoles), un volumen contundente (570 páginas) construido a partir de las aportaciones de más de un centenar de testimonios: empresarios de la noche, ‘djs’, estrellas pop, escritores, promotores. Para Costa (responsable de prensa de Razzmatazz Clubs), se trata del destino natural que releva la aventura de ‘¡Bacalao!’ (2017), inmersión, igualmente coral, en ‘la fiesta’ valenciana. Necesitado de un cómplice implantado en la isla, lo encontró en el ‘dj’ y periodista Christian Len, sabadellense conocedor del terreno desde su activismo en las radios Ibiza Sonica y Openlab, y las residencias en el ‘beach club’ Blue Marlin o en esa venerable pasarela del famoseo llamada Pikes Hotel.

Ese ritmo “casi narcótico”

Confiesa Len que arrastraba “muchos prejuicios” con Ibiza cuando, diez años atrás, se trasladó por primera vez a la isla, pero le atrapó ese “magnetismo” que se filtra en la actitud serena ante la vida, el temple autóctono de dejar hacer y las expresiones musicales: ahí están esos ‘Balearic beats’ que aportan el título al libro y que no se corresponden exactamente con un estilo musical, sino con algo más vago y filosófico. “Tiene que ver con ese ritmo ibicenco tranquilo, casi narcótico, y con la espontaneidad y el aire libre”, aventura. Concretando, podríamos hablar de downtempo, ambient, paisajismo cinematográfico... Y de la embriagadora cadencia exótica del tema faro ‘Jíbaro’, de Elkin & Nelson. Pero otros sonidos más duros podían encajar a través de algún carril oculto. “Dj Nelo pinchaba ‘Join the chant’, de Nitzer Ebb, y este tema se incluyó en el primer volumen de ‘Balearic beats’”, desliza Luis Costa. Manga ancha, tolerancia, desapego a las ortodoxias. Un encuadre musical “polimorfo y anárquico”, sintetiza en el libro el ‘dj’ italiano Leo Mas.

Pero los autores entendieron que la historia de la cultura de club en Ibiza se quedaba corta si se circunscribía al fenómeno moderno, y por eso el libro parte de un sugerente bloque que se remonta a los años 50 y sitúa un punto de anclaje en el bar Domino, del puerto de Vila (así llaman los ibicencos a la capital). Punto de encuentro de trotamundos, artistas (como el admirable falsificador Elmyr de Hory) y ‘beatniks’ seducidos por el jazz de Coltrane y Mingus. “Melenas, barbas, tipos ambiguos e indefinibles”, definía en 1964 la revista ‘Triunfo’ en el reportaje ‘Ibiza, Babel del Mediterráneo”.

Viviendo en el limbo

Christian Len ve la isla como “una especie de limbo” y un “lugar de escape” históricamente receptivo a comportamientos levantiscos: “el loco es venerado”, observa. Le hubiera gustado remontarse más atrás incluso, a la Ibiza que en los años 30 atrajo a arquitectos de la Bauhaus o a Walter Benjamin. Quizá en el próximo libro. Pero en este hay que prestar atención a testimonios de pioneros como Juan Marí (creador de Las Dalias) y Pepe Roselló (club Playboy), y de ahí a Ricardo Urgell, que levantó su Pachá después de los de Sitges, Lloret y Platja d’Aro, y a Antonio Escohotado, fundador de Amnesia, sala abierta en una bonita casa de campo que traspasó a los ocho meses tras casi morir de éxito y dejar el negocio en números rojos.

A través de la misma evolución del lenguaje (de la sala de fiestas o de baile a la ‘boîte’, el ‘dancing’ y la discoteca) se respira en el libro el ‘crescendo’ hasta los 80, con el fenómeno de Ku, rumbo al verano de 1987, cuando aterrizaron en Ibiza cuatro ‘djs’ británicos encabezados por Paul Oakenfold. “Un momento de epifanía colectiva, tras el cual, de vuelta a casa, cada uno montó un club con el primer house y acid house, y esa fue la chispa que hizo estallar la cultura ‘rave’ en el Reino Unido”, observa Luis Costa. A caballo de 1988 y 1989 transcurrió el ‘segundo verano del amor’ (tras el hippie de 1967), durante el cual aterrizaron, desorientados, los miembros de New Order. Como apunta Peter Hook, ellos eligieron Ibiza para grabar ‘Technique’ tratando de huir de las distracciones de Manchester, y toparon con el emergente paraíso del éxtasis, la nueva droga. “Unos días loquísimos”, cuenta abrumado el bajista.

Rendidos al capitalismo

En los años posteriores al ‘acid’ se urdió la identificación de Ibiza con la ‘cultura de club’, poniendo los horarios del revés con los ‘afters’ y acogiendo hordas de refugiados británicos. “Sus ‘raves’ eran perseguidas y giraron la vista a Ibiza, la tierra prometida”, relata Christian Len. Mientras en la terraza del Café del Mar, José Padilla ponía el contrapunto espiritual al desenfreno con su ‘chill out’ mediterráneo ante la caída del sol, se sentaban las bases para la industria del ocio a gran escala desplegada tras el cambio de siglo. “Ibiza se rinde finalmente al capitalismo”, estima Len, explotando una combinación ganadora de “playa, fiesta, sexo y drogas”.

Una clave fueron las mesas ‘vip’, que dieron la vuelta al plan de negocio de los clubs: los ricos representan un 20%, pero pagan encantados el 80% del coste, y la gran clientela de base, que representa el 80%, solo sufraga el 20% con sus ‘tickets’ y copas. “Pero los ‘vips’ necesitan que haya una marabunta de público para observarla desde las alturas y diferenciarse de ella”, analiza Len, que ha visto cuentas de 40.000 euros por una botella de vino. En el 2011 abría Ushuaïa, hotel con discoteca diurna al aire libre: el edén del selfi, con el ‘dj’ gurú como fondo.

Entre el gurú y el selfi

En el tramo final del libro flotan las señales de desencanto ante las dimensiones del monstruo. El espíritu de la sesión de baile, horizontal y colectivista, ha derivado hacia otra clase de experiencia acotada por nuevos límites: por arriba, el culto desorbitado al ‘discjockey’, y por abajo, el uso invasivo del móvil. Y al lado, el orden jerárquico derivado del gueto ‘vip’. “Ya no se va tanto a bailar como a ver pinchar a un David Guetta y hacerte el selfi con una botella de Moët & Chandon y colgarlo en Instagram. Para eso has estado ahorrando todo el año”, apunta Christian Len, que ve, no obstante, cómo en Ibiza cabe todo y se abren paso iniciativas que conectan con viejas esencias, ya sea en la “resistencia de club fuerte” que aporta DC-10 como en las fiestas creativas de Woomoon o Glitterbox. Y en el reguetón, que ha entrado en escena aportando una sexualidad llana en medio de esa pasarela de las vanidades-parque temático bombeada por los épicos ritmos EDM.

Ibiza siempre se reinventa, aventuran los autores de ‘Balearic’, y al fin y al cabo, lo de pensar que esto ya no es lo que era forma parte de una cadencia secular en la isla: como ilustra el ‘dj’ Phil Mison, ya en los años 30, Walter Benjamin le advertía a un amigo que 1933 no había sido tan bueno como 1932.

¿El ocaso del dios 'dj'?

La fiesta que rinde culto al ‘dj’ ha llegado a un punto de agotamiento, advierten Luis Costa y Christian Len, que ven en el corte seco causado por la pandemia una oportunidad. “Cuando dependes de una estrella, el mercado enloquece y los cachés se disparan hasta puntos insostenibles”, reflexiona Len, que cree que el ritual asentado en los últimos tiempos “ha tocado techo”, porque: “¿quién quiere estar ahora dos horas viendo a un tío pinchando y subiendo los brazos?”.

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