EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera': ancha es la condición humana

Galardonada con el Goncourt 2019, a la novela de Jean-Paul Dubois le falta, pese a sus aciertos, el aliento de las obras perdurables

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Mauricio Bernal

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La ambición de todo premio literario que se precie de serio es crear un canon. El Goncourt lo es, y a lo largo de su extensa historia ha galardonado a escritores mayúsculos como Marcel Proust, André Malraux, Julien Gracq, Simone de Beauvoir, Michel Tournier, Patrick Modiano y, más recientemente, Jean Echenoz, Michel Houellebecq o Mathias Enard. Por supuesto, su palmarés no es un incesante desfile de estrellas, pero ningún palmarés lo es. De modo que cuando a las manos del lector llega una obra con el sello Goncourt, hay que prestar atención. Abandonarse al placer de la lectura, cómo no, pero no perder de vista que forma parte de una hipotética pléiade. Los premios son una bendición, pero también pueden ser un lastre.

‘No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera’ (literal traducción del francés) es la obra que fue galardonada el año pasado y que ahora publica en castellano la editorial AdN. Su autor es el periodista y escritor Jean-Paul Dubois, conocido en España por libros como ‘Elogio del zurdo’ y especialmente ‘Una vida francesa’, galardonada con otro premio francés de referencia, el Femina, en el 2004. Amén de largo, y de ser la máxima que en un momento dado expresa en voz alta uno de los personajes del libro –el pastor Johanes Hansen–, el título funciona como clave, o bien como síntesis, toda vez que la novela es un sostenido esfuerzo por construir paisajes humanos variados y disímiles. Los que deparan, por ejemplo, aquel pastor nacido en Dinamarca que acaba predicando en un pequeño pueblo minero de Canadá; o su mujer, que gestiona un libérrimo cine club en Toulouse que proyecta cosas como ‘Garganta profunda’; o el hijo de ambos, y a la sazón narrador de la novela, Paul, conserje de un gran edificio en Montréal; o el Hells Angel Patrick Norton, con quien comparte celda mientras narra. Por no hablar de Winona, la esposa de Paul, mitad irlandesa mitad india algonquina, piloto de un hidroavión en el que transporta paquetes y pasajeros a los rincones remotos de Canadá.

Exótica materia prima

Si el párrafo anterior quiere ser exhaustivo en la enumeración de los personajes (los principales, hay más) es porque la de Dubois es una novela de personajes: es capital para su objetivo dotarse de esa plural y exótica materia prima, pues es ella la que le permite construir una historia sobre los extraños destinos que el mundo, la vida o el azar son capaces de trazar. En cualquier caso, que no todos los hombres habitan el mundo de la misma manera es una verdad que Dubois explora con algo más que la simple yuxtaposición de historias no necesariamente parientes o vinculables: lo hace, y es una de las claves de la novela, a través de la voluntad literaria de ponerlos en situaciones difíciles y a veces límite, donde las fronteras entre lo que está bien y lo que está mal son etéreas, como todos sabemos que lo son en la vida real.

Si el jurado del Goncourt decidió darle su galardón fue probablemente teniendo en cuenta estos factores, pero quizá a la vez echó de menos algo más de ‘grandeur’ en el edificio de Dubois. Es lo único que se le puede echar en cara. Le falta el aliento de animal grande que respiran las novelas destinadas a ser perdurables, sin ir más lejos el anterior Goncourt, el de Nicolas Mathieu y su ‘Sus hijos después de ellos’. No hay que perderlo de vista cuando se ponga la vista en sus páginas.