TEATRO

Crítica de 'La dona trencada': estreno, despedida y cierre

El TNC presenta la adaptación del clásico de Simone de Beauvoir justo antes que los teatros vuelvan a cerrar por la segunda ola de la pandemia

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Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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En la noche de un estreno acostumbran a mezclarse la expectación con la alegría de una pequeña fiesta entre colegas de oficio. El jueves en el TNC había menos celebración que caras largas. Algunas con un tono visible de indignación, otras con la decepción impresa en el semblante ante un cierre de los teatros previsto para 15 días pero que deja una sensación de 'déjà vu' en el ambiente, como si volviéramos a marzo. De nada han servido los estrictos protocolos de seguridad implantados y la ausencia de contagios en el sector, la declaración de la cultura como “bé essencial” se ha quedado en agua de borrajas a la primera de cambio. Y así, la puesta de largo de 'La dona trencada' 

Al recoger el correspondiente ramo de flores de inauguración, Francesca Piñón, directora del espectáculo, contrastaba la que había sido una larga producción con una exhibición tan raquítica. Mucho tiempo llevaba el equipo intentando levantar esta adaptación del tercer y último relato del libro homónimo que Simone de Beauvoir publicó en 1967, un compendio de reflexiones literarias sobre la opresión social de las mujeres. Monique, la protagonista, debe lidiar con la infidelidad de su marido y con los valores de la alta burguesía de su tiempo, que otorgan al hombre un papel predominante frente a la impuesta subsidiariedad femenina.

El relato evita las trampas panfletarias con la primera persona, escritura en forma de dietario que Araceli Bruch convirtió en una dramaturgia ágil. Y aunque la moral del texto arrastre inequívocamente hacia el siglo XX, su lectura y puesta en escena atemporal permite pensarla en clave de presente, contrastar ciertos postulados del pre-Mayo del 68 parisino con algunas trampas del poliamor del presente. Lluïsa Mallol tampoco se dejó llevar por los excesos, interpretó con destreza su monólogo como una acumulación de rabia, pena, impotencia e indefensión. Algunas de estas sensaciones, por motivos bien distintos, también acompañaron tras la función al cierre del TNC y demás teatros, clausura que ojalá sea breve.