CRÓNICA
Lídia Pujol y Marina Garcés, al rescate de Cecilia
La intérprete y la filósofa ahondaron en la vigencia de la cantautora fundiendo canciones y pensamientos en la sala Beckett
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Resuenan las palabras de Cecilia en el 44º año después de su muerte, propiciando quizá ahora una receptividad más profunda que en su momento, cuando entró en los hogares como cantante pop. En ‘Conversando con Cecilia’, quiso dejar claro Lídia Pujol que “cuando una canción tiene letra, manda la letra”, y fueron los apuntes de vida de aquella chica malograda a los 27, que en su tiempo iban a contracorriente, los que marcaron la pauta este sábado en la Sala Beckett.
Puesta en escena con detalles costumbristas, un televisor con antenas y un viejo tocadiscos; objetos que venían de otro tiempo, pero que bien podrían resultar modernísimos: ¿acaso no está hoy en auge el culto al vinilo, y se oyen cada vez más voces hartas de la hiperconectividad y añoradas de lo analógico? Sirva eso como metáfora de la vigencia de aquella Cecilia encapsulada en la memoria de los años 70 sobre la que Pujol puso luz con su voz siempre refulgente, que transmite y abraza, cantando sobre las bases instrumentales pregrabadas de ese álbum que deberá ver la luz en los próximos meses.
De estar vivos a vivir
Canciones que dieron pie a la conversación con la voz filosófica de Marina Garcés, aguda cuando hizo notar la levedad de la frontera entre la vida y la muerte a raíz de esa canción vertiginosa, con impulsos suicidas, llamada ‘Si no fuera porque...’ Cuando, ante la perspectiva de morirte, no pasa nada, a partir de ahí “puede pasar todo”, toque de atención en este momento en que los semi-confinamientos nos empujan al sacrificio “para estar vivos, no para vivir, que es otra cosa”.
Cómo hemos cambiado desde aquella España de Cecilia, podemos concluir tras observar que “la gente cantaba ‘Un ramito de violetas’ como si fuera una canción romántica”, apuntó Garcés, pasando por alto su fondo desolador. Ahí, el punto álgido vino cuando Pujol cantó la falsamente festivalera ‘Amor de medianoche’ y su versión primera, la que Cecilia vetó para ir a la OTI, titulada ‘La llamada’. Se nos escapó la risa, con nuestra superioridad moral del año de gracia 2020, ante el video en el que Sergio y Estíbaliz (ella, con cara de estar tragándose tremendo sapo) recorrían la patética epístola de la madre soltera que le implora a él, hombre casado y formal, que le dé un poco de su vida: “dos palabras, solo una postal / Cumpleaños y por Reyes / Un balón de plástico al chaval”.
La gravedad se abrió paso con ‘Cíclope’, advirtiendo de las miradas planas a la realidad, sin profundidad, y con ‘Se crió en conventos’, que derivó en la mística gregoriana, camino de una ‘Mi querida España’ sin censura y de ‘Nada de Nada’, que Lídia Pujol cantó arrodillada, aspirando a contenerlo todo despojándose de lo material. Clímax purificador de una sesión trascendente desde su sencillez, que nos hizo desear el paso a la siguiente estación, el concierto a toda banda (siete músicos) que la intérprete ofrecerá el 14 de noviembre en el teatro Joventut, de L’Hospitalet, dentro del festival Acròbates.
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