CRÍTICA DE CINE

'On the rocks': una comedia de engañosa ligereza

Sofia Coppola reflexiona, con media sonrisa y en letra minúscula, sobre los posibles efectos del tiempo en las relaciones

Un fotograma de 'On the rocks', de Sofia Coppola

Un fotograma de 'On the rocks', de Sofia Coppola

Juan Manuel Freire

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Desde una cierta distancia, 'On the rocks' parece el salto definitivo de Sofia Coppola a la comedia tras muchas películas marcadas por un humor agridulce o la ironía oscura. Pero no deja de ser, en realidad, una prima hermana de 'Lost in translation', en parte por contar con Bill Murray como protagonista masculino; en parte porque Murray, de nuevo, canta, y también por estar empañada de una profunda melancolía que se hace más aparente conforme se acerca el final de la historia.

Cambia la relación entre el hombre mayor y la mujer mucho más joven, que ahora son padre e hija, así como la localización: de Tokio saltamos a una preciosa Nueva York anterior a la pandemia, filmada con paleta otoñal y en 35 mm por el director de fotografía Philippe Le Sourd. La escritora interpretada por Rashida Jones no se siente descolocada en ninguna ciudad remota, sino en su propia vida, incapaz de avanzar con un libro y de sentirse deseada por su marido (Marlon Wayans) tras una maternidad tan gozosa como exigente. Según su padre, el veterano donjuán encarnado por Murray, tratante de arte medio jubilado, es probable que su hombre le esté poniendo los cuernos, e insiste en que lo mejor sería embarcarse en una investigación padre-hija como salida de una comedia de la productora Touchstone de los ochenta o los primeros noventa. Ni siquiera falta una vibrante persecución en descapotable.

Pero esta película 'de colegas' no es un cúmulo de acción ni tampoco risas. Se basa en diálogos que invitan, a veces, a la risita entre dientes, pero que las más de las veces están copados por reflexiones entre desmitificadoras y desencantadas sobre la naturaleza de las relaciones de amor y deseo. Conversaciones más largas, no siempre por fortuna, de lo usual en Coppola, esta vez poco preocupada por construir imágenes que revelen o evoquen emociones indefinibles.