CRÍTICA DE CINE
'Rebeca': romance gótico sin pasión
La adaptación del clásico libro a cargo de Ben Wheatley decepciona por su escasa osadía a todos los niveles
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Según su director, Ben Wheatley, uno de los nombres que mejor sacudió el cine británico a principios de la década pasada, esta nueva 'Rebeca' no es un 'remake' del clásico de 1940, una de las primeras obras maestras de Hitchcock, sino otra adaptación de la célebre novela de Daphne du Maurier.
Esa insistencia en desligarse del concepto 'remake', que goza de inmerecida mala fama (el mismo Hitchcock rehízo y mejoró su propia 'El hombre que sabía demasiado'), resulta bastante extraña. En su nueva versión, Wheatley y sus guionistas no se esfuerzan lo suficiente por distinguirse de lo ya canonizado; no proponen casi nada que resulte sorprendente ni que traslade a la pantalla aspectos de la novela más difíciles de tratar hace ocho décadas.
El comienzo, al menos, es sugerente, e invita a pensar que este cineasta ha llegado donde el puritano código Hays no dejó llegar a Hitch. Wheatley y su director de fotografía habitual, Laurie Rose, suben unos grados la pulsión sensual durante el romance en Montecarlo. En la versión de Hitchcock, costaba algo más apreciar la atracción física de Maxim de Winter por la dama de compañía de la Sra. Van Hopper. Entre Armie Hammer y Lily James, en cambio, saltan chispas, aunque Wheatley no quiera después azuzarlas en exceso.
Una vez la acción se traslada a la mítica Manderlay, mansión del eterno combate de una joven con la muerta perfecta, el relato se vuelve familiar, reconocible y, peor que todo esto, frustrante; inesperadamente tímido en el plano formal para un director que filmó la lucha de clases como una sinfonía del exceso ('High-Rise') o entiende los tiroteos como ballets violentos ('Free fire').
En una novela como 'Rebeca' había tramas, personajes, fantasmas y emociones suficientes para marcarse una película de delicioso arrebato, en lugar de una sucesión de escenas tan agradables de mirar (por muebles, vestidos, texturas) como fáciles de olvidar. Solo cierta imagen debajo del mar resulta memorable. 'La cumbre escarlata', de Guillermo del Toro, resiste como última adición magistral a la tradición del romance gótico.
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