HOTEL CADOGAN (29)

Elemental, 'my dear' Watson

Funambulista rescata 'Los archivos secretos de Sherlock Holmes', relatos «apócrifos» del genial detective

zentauroepp55504713 icult sherlock201020174249

zentauroepp55504713 icult sherlock201020174249 / periodico

Olga Merino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los hoteles de postín cuentan con un doctor a sueldo para atender una eventual indisposición de los alojados, pero aquí, en el Cadogan, flotando en el éter de la eternidad, siendo exquisitos cadáveres tanto el servicio como los huéspedes, el galeno no tiene demasiado quehacer. Se trata de un tipo cordial y tranquilo, la piedra de afilar en la que Sherlock Holmes aguzaba su inteligencia, «elemental, my dear Watson». En efecto, contamos nada menos que con el doctor John H. Watson, el inseparable compañero del detective veterano de las guerras anglo-indias, herido de bala en la batalla de Maiwand, nuestro especialista conserva el hábito castrense y madruga mucho. Tras el primer sorbo de té, sale al jardín a echar un vistazo a las colmenas —la apicultura lo entretiene— para zambullirse enseguida en un libro.

Ayer mismo, a eso de media tarde, cuando la 'femme de chambre' acudió a la biblioteca para servirle la copa de oporto con unas tostadas de queso Stilton, el doctor Watson, enfrascado como estaba en la lectura, no movió un pelo del bigote, ni siquiera se inmutó cuando la muchacha tuvo que arrodillarse para atizar las brasas de la chimenea. Parecía que le ardían las cejas de puro interés. ¿Qué diablos estaría leyendo? La chica pudo atrapar el título con el rabillo del ojo: 'Archivos secretos de Sherlock Holmes', en edición del escritor David Felipe Arranz de la mano de la editorial Funambulista. Se trata de una gavilla de relatos, escritos de forma anónima, que se publicaron por entregas en Alemania entre 1907 y 1911, con ilustraciones de Alfred Roloff, (también en Barcelona, en la década de los años 20, a cargo de la editorial Atlante). Para esta ocasión —ojo, se anuncian más entregas—, Arranz ha escogido cuatro historias de lo más jugoso, con prostitutas de Whitechapel, condes extravagantes y un sospechoso ataúd. O sea, aventuras «apócrifas» de Sherlock Holmes, tal como hizo Alonso Fernández de Avellaneda con el 'Quijote' de Cervantes para calmar la sed de lectores ávidos de más y más episodios.

Lo intrigante del caso es cómo Arthur Conan Doyle, aún vivo y coleando —falleció en 1930—, no denunció al sagaz editor berlinés. ¿En qué andaría don Arturo?, ¿en alguna sesión espiritista? La culpa fue suya por crear un universo con dos personajes inoxidables (y cansarse de ellos).

Suscríbete para seguir leyendo