LOCAL CLAVE DE BARCELONA

Heliogàbal: 25 años de gloria y pesadilla

El bar de Gràcia conmemora un cuarto de siglo como emblema y motor del tejido cultural de base, pero sin garantías de continuidad

Heliogabal

Heliogabal / periodico

Nando Cruz

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La historia del Heliogàbal es una cadena infinita de casualidades. Empieza con un trotamundos napolitano, Paolo d’Antonio, un buscavidas que vive en su furgoneta y sobrevive comprando plata en Tailandia y vendiéndola en mercadillos del litoral mediterráneo: de la Costa Azul a la Costa Brava y de la Costa Dorada a la Costa Blanca. En Barcelona conoce a Memi March y con ella, en 1995, alquila un local en la calle de Ramón y Cajal de Gràcia. Allí nacerá la asociación cultural Heliogàbal, una argucia legal importada de Italia que le permitirá regentar un bar de horarios flexibles y normas más que laxas en la Barcelona posolímpica.

El Heliogàbal era un imán de descastados y marginales. En 1997 empezó a frecuentarlo Albert Pijuan, un fotógrafo recién llegado de retratar la guerra de Bosnia que andaba algo desubicado emocionalmente. En aquel antro encontró refugio, entabló amistad con la fauna del local y empezó a fotografiar los recitales de poesía. "Aquello era la anarquía. No cerraban nunca", recuerda. El descontrol era tal que Paolo dormía dentro el bar, en un cuarto frente a la barra. Al poco, Memi conoció a uno de esos poetas, Pau Riba, con quien formaría pareja. Paolo tardó algo más en ansiar nuevos aires, pero se fue hasta Cabo Verde.

Las carreras de Manel y Rosalía fueron catapultadas desde el minúsculo escenario del local de Gràcia

En 1998, para evitar que el 'Helio' desapareciese, Pijuan se lo quedó, aliado con la cantante del grupo Le Fou Laura Maure. El plan inicial era probar la experiencia tres meses. Ella aguantó cuatro años; él sigue ahí. Los recitales poéticos y de músicas experimentales marcaron el carácter de un local inicialmente para socios. Llamabas al timbre y si no estaba lleno te dejaban entrar. La barra daba tanto trabajo que hubo que buscar algún encargado de abrir la puerta. Ese sería Miquel Cabal, cantante del grupo de post-punk Entartete Kunst que, con el tiempo tomaría las riendas del local y ampliaría su oferta de concierto junto al cantante del grupo de post-hardcore Aina, Artur Estrada; otro que solo pasaba por allí y acabaría gestionando la programación más de 12 años.

250 CONCIERTOS AL AÑO

250 CONCIERTOS AL AÑOEn su época gloriosa, que podríamos fechar entre el 2007 y el 2015, el Heliogàbal llegó a programar 250 actuaciones al año. Una animalada para un bar de 70 metros cuadrados, con un no escenario de tres acorralado entre la barra y la pared y una licencia de bar-cafetería que, de hecho, no le permitía programar conciertos. Aun así, cada día llegaban tres propuestas de grupos que querían tocar allí. Algo tendría que ver el acogedor ambiente que se había generado, el prestigio creciente y, cómo no, los ágapes con que agasajaban a las bandas que venían de lejos. Ningún músico salió del Helio con mil euros en el bolsillo, pues solo caben 90 personas y la política era no cobrar más de 10 euros por entrada. Pero con la tripa llena de albóndigas con sepia y tortilla de patatas, bastantes.

El manido tópico de que los espacios de proximidad son el caldo de cultivo de las estrellas del futuro es rigurosamente cierto en el caso del Helio. El entonces emergente mánager Gerardo Sanz entró una noche de noviembre del 2008 al bar a espiar a aquel grupo que ofrecía tres conciertos. Lo insólito no era que hubiese agotado las entradas de los tres pases, sino que su primer disco se había editado solo diez días antes. Vio el entusiasmo que generaba el cuarteto en aquel minúsculo local y los fichó de inmediato. Se llamaban Manel. El guitarrista y productor Refree reservó fecha en el Helio un miércoles de septiembre del 2015. Quería tantear una colaboración que tenía entre manos con una jovencísima cantaora de flamenco. La cosa cuajó. Ella se llamaba Rosalía.

LA TRADICIÓN MISHIMA

LA TRADICIÓN MISHIMAEn el Heliogàbal fue tradición el concierto navideño de Mishima, posiblemente el grupo que más ha defendido la supervivencia de este y otros bares de Gràcia y el resto de la ciudad. También allí, el cantante de Madee tanteó su renacimiento como The New Raemon. Y Robert Forster, Ken Stringfellow, Comet Gain, Lydia Lunch, Will Johnson, Fernando Alfaro, Els Catarres, Doble Pletina, Lorena Álvarez, El Petit de Cal Eril, Sanjosex, Mujeres, Obeses, El Salao, Ted Leo, La Troba Kung-Fú, Julio Bustamante, La Iaia, Jeremy Enigk, Christina Rosenvinge, Maria Coma, Maria Rodés, Sr. Chinarro, Xarim Aresté, Thalia Zedek, Cass McCombs, Sonny & the Sunsets, Julie Doiron, Joan Miquel Oliver y Jeffrey Lewis son solo 30 de los cientos de artistas que han sentido la calidez del Heliogàbal. Al fondo del local, subido a un banco, se ha visto aullar entre sollozos al californiano Mark Eitzel, deseoso de que la noche no acabase nunca.

Allí ha expuesto su obra pictórica Comelade, ha recitado infinidad de poemas Casasses y se ha sentido como en casa Macromassa

Otro de los que ha repetido visita siempre que ha podido es el cantante uruguayo afincado en Nueva York Juan Wauters. La primera vez que vino, camuflado entre la audiencia estaba su primo, el delantero blaugrana Luis Suárez. La última prueba del extraño magnetismo del Heliogàbal, capaz de atraer a los personajes más inquietos y dispares de la ciudad, se produjo días atrás en el recital poético de Elena Sixto. No, la poesía nunca ha desaparecido del Helio. Y en los momentos más duros, ha sido una extraña tabla de salvación. Allí estaba Marc García, antiguo bajista de Subterranean Kids y demás bandas de punk de los años 80, ejerciendo de guitarrista y divulgador del poemario de su abuelo, Joan Vinyoli. Y, entre el público, clientes habituales de hace ya 25 años.

Pero el Heliogàbal no ha sido solo un local de conciertos. Allí ha expuesto su obra pictórica Pascal Comelade, allí ha presentado su libro el cantautor francés Dominique A, allí ha presentado su cerveza el dúo experimental Za!, allí ha recitado infinidad de poemas Enric Casasses, allí Macromassa se han sentido como en casa. Y, por encima de todo, el Helio ha sido lugar de encuentro y espacio de cultivo de infinidad de planes consumados o no. Es imposible calcular la de grupos que han nacido en conversaciones entabladas cuando el concierto ya había terminado pero aún no había ganas de volver a casa. Conversaciones cerca de la barra porque, tras ella, han trabajado músicos de Els Surfing Sirles, Nueva Vulcano, Las Ruinas, Half Foot Outside, Da Souza… Un día pasó por allí Jaume Sisa y dijo que aquel ambiente de creatividad le recordaba al del viejo Zeleste de la calle Platería.Falta comprobar si su elogio era también una profecía. La de otro mítico local del subsuelo barcelonés con más pasado que futuro.

UN LUSTRO PARA NO DORMIR

UN LUSTRO PARA NO DORMIRDurante un tiempo, la frenética actividad del Heliogàbal fue, incluso, un aliciente para otros locales de Gràcia y del resto de la ciudad: un ejemplo de política cultural con efectos palpables. Sin embargo, el último lustro del bar ha sido una auténtica pesadilla. Y el drama empezó coincidiendo con la celebración de su 20º aniversario. Algunos de los conciertos programados para conmemorar la efeméride ya no pudieron celebrarse en el local, asediado repentinamente con inspecciones, sanciones y amenazas de precinto. El motivo de una de las multas era que la noche de Fin de Año la policía vio a gente bailando dentro el bar.

Cinco años después, la situación del Heliogàbal es prácticamente la misma. La principal diferencia es que aquellos 22.000 euros de multas acumulados por superar más del doble el aforo legal se pagaron gracias a la red de amistades: Razzmatazz cedió su sala para un concierto de Za!, Mishima y Pony Bravo y más de 1.200 espectadores hicieron el resto. Las deudas que acumula actualmente el bar, tras un lustro de actividad intermitente, la obligación de ajustarse a un aforo de 49 personas y las reformas arquitectónicas acometidas para acogerse a la categoría de Espai de Cultura Viva suman 250.000 euros.

El devenir del 'Helio' parece encallado en un bucle infinito de historias que se repiten. En el 2011 TV3 emitió el documental ‘Heliogàbal. Retrat de família’, en el que Estrada anunciaba que el bar estaba pendiente de obtener una licencia. ¡En el 2011! Cuando empezaron a llegar las multas, Pijuan estaba viviendo en Cabo Verde. La tensión en el seno de la empresa derivó en la ruptura con Cabal y Estrada, que pronto abrirían la sala Vol. Y otros dos fotógrafos habituales del bar, Dani Cantó y Alberto Polo, se ocuparon de la programación de conciertos.

Hace un año, el Heliogàbal había completado unas reformas en la puerta de acceso y los lavabos que, paradójicamente, habían reducido más su aforo: a 33 personas. Para entonces, la barra ya no funcionaba con la alegría de antaño. Pero el golpe más severo fue que las obras, imprescindibles para obtener la ansiada licencia que les permitiría rescatar el aforo de 90 personas, iban acompañadas de una subvención que a última hora fue denegada. En el 2019 se había retomado la actividad con alrededor de 100 conciertos, pero el endeudamiento ya era preocupante. Pijuan despidió a todo el equipo y se quedó con un retén de tres trabajadores. El Heliogàbal había llegado a dar trabajo a 18 personas.

El Premi Ciutat de Barcelona obtenido en el 2012 por su labor de cultivo del tejido musical de base parece hoy una medalla inútil

El coronavirus ha llegado cuando el Heliogàbal vive sus horas más críticas. El Premi Ciutat de Barcelona obtenido en el 2012 por su labor de cultivo del tejido musical de base parece hoy una medalla inútil. "Llevamos 25 años trabajando el pequeño formato y la cultura de base y, a pesar de haber hecho una buena labor, la ciudad de Barcelona nunca ha sido capaz de proporcionarnos un marco legal que garantice nuestra actividad", denuncia el durísimo comunicado que ha lanzado la sala coincidiendo con su 25º aniversario. Hace ya dos años que el Heliogàbal se dio de baja de la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC) y hoy su relación con el ayuntamiento es más que tensa. Este mismo verano, cuando el 'Helio' había retomado su programación con las preceptivas restricciones de aforo debidas, ahora, a la pandemia, la policía volvió a entrar en la sala a medio concierto. Pocas escenas resumen mejor la incesante tortura administrativa que ha sufrido esta pequeña asociación cultural.

El Heliogàbal nunca ha estado tan cerca de regularizar su situación, pero esa distancia parece aún insalvable. La ordenanza que active las licencias de Espais de Cultura Viva está parada, las ayudas por el covid no llegan, el recurso para la subvención denegada no se ha resuelto, la línea de subvenciones del 2020 no se ha activado y los gastos fijos de un negocio a medio gas siguen aumentando. "Esa nueva ordenanza es una sentencia de muerte para los pequeños locales de menos de 100 personas y el 'Helio' es el mejor ejemplo. Nadie hará la locura de reformar un local para poder trabajar hasta las 11 de la noche", denuncia Pijuan, para quien tener que el reducir el aforo a las 11 de la noche como marca la normativa es una invitación a que la gente, tras ver un concierto, se vaya a otro bar a tomar esas copas que harían rentable la actuación.

UN HILO DE ESPERANZA

UN HILO DE ESPERANZAEl 25º aniversario del bar tampoco podía llegar en peor momento. Las nuevas medidas anticovid forzaron la suspensión de los conciertos de celebración del domingo pasado en los jardines de La Sedeta y el bar vuelve a estar cerrado. Sí se mantienen los del próximo domingo con Mishima e Hidrogenesse, entre otros. Y, como en todas las historias para no dormir, hay un hilo de esperanza. De grandes esperanzas. "Si llegase la licencia y se acelerasen las subvenciones, antes de verano tendríamos las obras hechas", asegura Pijuan. Se refiere a una ampliación del bar que ocuparía el local contiguo. La categoría de Espai de Cultura Viva permite aumentar el aforo en un 50% y, una vez superada la pandemia, el barrio amanecería con una sala para 135 espectadores y perfectamente insonorizada para conciertos eléctricos. Sería el nuevo Heliogàbal, pero dentro del mismo antro de Gràcia que alquiló el trotamundos italiano.

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