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El Teatre Gaudí descubre las reflexiones de Van Gogh a través de sus cartas

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Eduardo de Vicente

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Vincent Van Gogh fue un artista sin suerte, al que nadie hizo caso en su época por salirse de los cánones establecidos, un pionero del expresionismo que murió incomprendido, con la salud mental perjudicada y pobre. Sin embargo con el paso del tiempo, su figura se ha agrandado hasta límites inimaginables. No solo es un pintor reconocido sino que es admirado, incluso, por quienes no son muy aficionados a este arte. Es imposible no rendirse ante la explosión cromática de sus cuadros y la plástica de su obra. Por eso no es de extrañar que el cine haya recurrido frecuentemente a él, desde el acercamiento colorista de Minnelli en El loco del pelo rojo (1956) donde adoptaba el rostro de Kirk Douglas a la más reciente Van Gogh, a las puertas del infierno (2018) con Willem Dafoe como protagonista. O que se organicen originales muestras interactivas sobre él como Meet Van Gogh.

Ahora, el Teatre Gaudí se suma a esta tendencia recuperando Van Gogh, un texto de Ever Blanchett a partir de las célebres cartas que envió a su hermano Theo en las que se desnudaba totalmente expresando sus ideas, sus sentimientos, sus deseos y sus sueños. María Clausó dirige a Jaume García Arija quien, en un acto de generosidad actoral, se entrega al máximo para convertirse en el genial pintor. Otro elemento destaca poderosamente en este montaje, las proyecciones del videoartista Nico Cilintano que acompañan a las palabras del intérprete y le dan un tono onírico al espectáculo.

Música y proyecciones en un espacio íntimo

Se representa en la sala pequeña del teatro, la que sirve como vestíbulo antes de entrar al escenario principal, que tiene una capacidad muy reducida, por lo que se convierte en espacio íntimo y cercano, ideal para que el actor casi se dirija uno a uno a los espectadores, les interpele y les tome como referencia para muchas de sus reflexiones. Una silla, dos velas y una mesa pequeña son el único decorado pero los dos plafones laterales y la pantalla del fondo servirán para proyectar imágenes llenas de luz y color con sus cuadros y los de otros autores.

Suena una música de piano y aparece el protagonista ataviado con su característico sombrero de paja, un bastón y una pipa. Su ropa y su piel están manchadas con pintura, fruto de su obsesión por trabajar sin cesar. Nos habla sobre la muerte y sobre la vida y asegura que es mejor crear arte que vivir; mueve sus manos al aire y, por un instante, nos da la impresión de que está lanzando brochazos sobre las pantallas sincronizándolos con las proyecciones como por arte de magia sin necesidad de pinceles.

La belleza, el amor y la locura

Enciende unas velas y habla sobre el éxito y la fama. La búsqueda de la belleza es otra de sus misiones y nos muestra su admiración por otros colegas como Rembrandt pero no quiere imitar a nadie sino crear su propio estilo. Quiere ser como los demás, pero es imposible, sabe que es especial, y asegura que los de arriba no quieren relacionarse con los de abajo y él es pobre. Uno de los momentos más hermosos es cuando relaciona los colores con los sentimientos y describe el amor que siente por una mujer mientras suena una dulce canción romántica en portugués. “No hay nada más artístico que amar”, dice, pero su principal amor es su trabajo, no lo puede negar.

Explica cuentos y leyendas, cita varias frases de diversos autores, pero también reflexiona sobre la cordura, sobre hacer el oficio de loco mientras escuchamos las voces que resuenan en su cabeza. Pero, ¿qué es ser un loco? Reniega de la comercialidad y asegura que la vida está hecha para enriquecer el corazón y debes dedicarte a lo que amas. Un Van Gogh sincero, valiente, honesto, que lanza sus pensamientos más secretos al público, que sigue con atención y casi devoción sus parlamentos. Un montaje atmosférico, con un actor entregado a la causa y una oportunidad para descubrir cómo era, cómo soñaba y cómo sufría, entre girasoles y lirios, uno de los grandes genios de la historia. En su época no supieron entenderle, nosotros, con la perspectiva del tiempo, podemos y debemos hacerlo.