OTROS ESCENARIOS POSIBLES

Historias mínimas

El dúo de pop Tronco actuó para familiares, vecinos y seguidores en un bucólico jardín de El Prat bajo el sol otoñal de un lunes festivo

Conchita y Fermín Herrero, en la actuación de Tronco en El Prat de Llobregat

Conchita y Fermín Herrero, en la actuación de Tronco en El Prat de Llobregat / periodico

Nando Cruz

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Conchita y Fermín Herrero son hermanos y residentes en El Prat del Llobregat. El otro día salieron de casa y caminaron cinco minutos hasta Mucha Masia, un hostal rural del centro. Allí les esperaban Sarai y Gabri, otros dos vecinos de El Prat. Ella lucía camiseta de los escoceses The Jesus and Mary Chain y él, una del dúo barcelonés Doble Pletina. Era la una de la tarde de un lunes festivo. Había concierto en el jardín del hostal. Sarai y Gabri eran los organizadores. Conchita y Fermín, los protagonistas. Juntos forman el dúo de pop casero Tronco.

La entrada al concierto era libre ya que el jardín funciona como bar. Hasta los que simplemente pasaban por ahí asomaban la cabeza por si quedaba alguna mesa libre. Ni una. Familiares, vecinos y seguidores del grupo habían tomado las mejores posiciones. La cara de derrota de los que se quedaron fuera era un poema. Treintañeros y jubilados sabían que se les escapaba un buen plan: vermut, sol de otoño y música en vivo con un grupo del barrio. Algunos se quedaron un rato escuchando en la calle. Otros se dieron por vencidos. Una joven se coló a la carrera y fue interceptada por el dueño del establecimiento.

Abducción en minuto y medio

Tronco está amasando un repertorio de canciones breves y ligeras que esboza sentimientos complejos. Algunas, como ‘Abducida por formar una pareja’, sintetizan planteamiento, nudo y falso desenlace en su mismo título. Y con esta echó a andar el recital sin más instrumentos que la guitarra acústica de Fermín. La madre, la abuela y los tíos aplaudían en la mesa de la derecha. Frente al dúo, dos primos y otros 50 espectadores. Detrás, más mesas ocupadas por familias. A la izquierda de Fermín, un niño hacía bailar a dos Yoda de peluche.

El ir y venir de público hacia la barra, demasiado cercana al escenario, no ayudaba a concentrarse. Fermín estaba relajado y dicharachero. Conchita, nerviosa y con ganas de ir al grano. Los hermanos Herrero traían sorpresas: una adaptación al castellano del ‘One day’ de J. Balvin, Dua Lipa y Bad Bunny cuya letra leía Conchita de una libreta y otra de C. Tangana. Por ahora, las versiones no son su fuerte. En cambio, cuando se centran en lo suyo te hacen pensar en un idilio entre Jeffrey Lewis y Lorena Álvarez porque además de las letras que Conchita aporta a Tronco, Fermín despunta ya con sus propias composiciones.

Meses atrás, Conchita estuvo en contacto con un positivo de coronavirus. Se puso el termómetro: estaba a 37.1. Y compuso ‘Delirios de la fiebre’. “Ojalá se pase pronto el 2020”, dice el estribillo. Otra de esas escenas cotidianas con las que es tan fácil sintonizar. “Y esta es la canción”, soltó al acabarla. Porque más que interpretarlas, Tronco exponen sus canciones como quien enseña un jersey de lana que acaba de tejer. Y, del  mismo modo, su concierto más bien parecía un taller informal sobre cómo formar un grupo casero. Después de tocar una canción compuesta de un solo acorde, Fermín proclamó que su posicionamiento político era justamente ese: animar a la gente a componer canciones de un acorde. Lo dijo medio en broma. Por lo tanto, lo dijo medio en serio.

“¡Tranquilos, somos unidad familiar!”, bromeó después para justificar que dejase tocar su guitarra a su hermana. Tampoco es que el clima en Mucha Masia fuese de pánico coronavírico. “No me acabo de relajar”, reconocía Conchita. Y Fermín tocó otra de las suyas. Era ‘Amigos’, compuesta también en pleno confinamiento y que menciona a 46 amigos y amigas que añoraba en estos meses de escasa vida social. Por la cara de algunos espectadores, o conocían a los citados o eran ellos. Los aplausos dejaron claro que la canción toca hueso.

El copistero de confianza

En cuanto acabó la actuación, Conchita cogió su chaqueta, sus libretas y corrió a charlar con su madre y su abuela. De fondo ya sonaba Family. Fermín, mientras, sacaba a la venta el catálogo de vinilos y fanzines. Porque en esta época de confinamiento cultural, un concierto también es una oportunidad para vender discos. Uno de los que pasó a comprar resultó ser el dependiente de la tienda donde Conchita lleva a fotocopiar sus fanzines: ¡su copistero de confianza! Después de tantos años, se presentaron oficialmente en aquel concierto.

Al final, el dúo facturó casi tanto dinero vendiendo discos que con el caché. Y sumando las monedas del bote de donaciones que había en la barra, se llevaron unos 250 euros. El hostel les pagaba 120, cifra que asumen que tal vez contribuya a precarizar del sector, pero que aceptaron con el objetivo de colaborar con amigos de verdad, de ayudar a negocios locales con los que tienen buena relación y, sobre todo, de contribuir a que pasen cosas en su pueblo. Por eso mismo Sarai y Gabri decidieron organizar el concierto. Y por eso, aquel lunes con Conchita y Fermín fue otra de esas historias mínimas que dejan poso.

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