EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Los terranautas': la campana de cristal

T. C. Boyle urde una novela especulativa frente al porqué estamos condenados a devorarnos los unos a los otros

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Sergi Sánchez

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 La publicación de 'Los Terranautas' no puede ser más oportuna. ¿Una novela sobre el confinamiento? ¿Sobre un experimento distópico que pretende erigirse como solución alternativa al desastre ecológico al que hemos condenado al mundo, como si fuera una colonia de pioneros probando a ser Adán, Eva y sus compañeros de piso en una sociedad prepandémica? Podría parecer que T. Coraghessan Boyle ha puesto en marcha toda su imaginación científica para construir esta campana de cristal vigilada, como por un gran microscopio, por Dios todopoderoso, pero el autor de 'Música acuática', al que no le son ajenas las fábulas ambientalistas, las comunidades cerradas y las sátiras con aspiraciones a fresco histórico, no le ha hecho falta soñar mucho, porque su proyecto marciano se inspira directamente en esa Biosphere 2 que, en pleno desierto de Arizona, a principios de los 90, fracasó en su intento de convertirse en invernadero humano preparado para el cambio climático y la exportación sideral de nuestros pecados capitales.

'Los Terranautas' no es tanto una distopía como el relato de una autodestrucción anunciada: es de todos sabido que, cuando ocho humanos conviven en un lugar cerrado demasiado tiempo (¡dos años!), el instinto animal saca las uñas, la envidia, los celos y la competitividad inherente a la supervivencia son el pan nuestro de cada día, y las miserables rencillas de “Gran Hermano” empalidecen entre la mezquindad que nace entre científicos y cerebros de postín.

Algo de ‘reality show’ tiene 'Los Terranautas', con los omnipresentes miembros del Control de Misión observando a sus criaturas como si fueran hormigas en un terrario. Boyle narra, con una contagiosa mezcla de cinismo y empatía, la progresiva desesperación de estos cobayas ilusos, que creyeron en una utopía -una utopía capitalista, subvencionada por un millonario Jonathan Reed, alias Dios el Creador -para comprobar que el hambre y el deseo sexual iban a convertirse en los valores de cambio de un nuevo sistema social. Para desmontar los cimientos de nuestra civilización utiliza tres puntos de vista alternos -los de Dawn y Ramsay, escogidos para esta misión con miras a colonizar Marte; el de Linda, amiga de Dawn, que se queda fuera del proceso de selección, y que funciona como una perspectiva externa y rencorosa, igual de implicada emocionalmente en la decadencia de este ecosistema sin futuro- que le sirven para crear una novela divertida y melancólica, algo excesiva en páginas pero muy generosa en ideas, de una prosa ágil e ingeniosa (muy pynchoniana, aunque sin su densidad conspiranoide; algo más frívola, sin que eso sea peyorativo),que trata no solo de por qué estamos condenados a destruir el planeta, sean cuales sean nuestras honorables intenciones de cara a la galería, sino de por qué estamos condenados a devorarnos los unos a los otros mientras pensamos, tan ufanos, que la vida nos ha jugado una mala pasada, y que siempre habrá una segunda oportunidad, tan inútil como la primera.