LA GRAN CITA DEL CINE FANTÁSTICO

Sitges 2020: moscas gigantes, visitas del diablo y rituales vudú

El experto del absurdo Quentin Dupieux ha iluminado la sección oficial con 'Mandíbulas', su película más accesible

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Juan Manuel Freire

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¿En quién se puede confiar para animar la sección oficial de un festival? Por ejemplo, en Quentin Dupieux, antaño conocido por su alias musical de Mr. Oizo y una magnífica mascota llamada Flat Eric, pero desde hace tiempo consagrado como 'auteur' de la mejor comedia absurda del Hexágono.  

El viernes, su nueva travesura, 'Mandíbulas', arrancó en el Auditori los aplausos espontáneos que no se oyeron el día anterior con 'Península'. En eso consistía la gracia (casi olvidada) de ver películas en comunidad: en contagiarse del (buen) humor del espectador que tienes más o menos al lado y reaccionar, quizás, con el doble de intensidad ante cualquier estímulo llegado de la pantalla.

'Mandíbulas', a pesar del título, no es una nueva versión de la peli con cocodrilo gigante de 1999. Aquí lo gigante es una mosca. Con ella topan, sin querer, dos entrañables perdedores que creen poder cambiar de vida si aprenden a domarla. Durante el proceso de entrenamiento, Jean-Gab (David Marsais) y Manu (Grégoire Ludig) acaban instalados en la lujosa casa de una joven (India Hair) que ha confundido al primero con alguien a quien conoció y con quien se acostó. Allí intrigan a todo el mundo con sus misterios, pero sobre todo a Agnes (histéricamente divertida Adèle Exarchopoulos, de 'La vida de Adèle'), que tras un accidente de esquí da berridos cuando pretende hablar.

Jean-Gab y Manu son dos tontos muy tontos, pero también dos amigos muy amigos, y el resultado es una obra inusitadamente luminosa para Dupieux. Son 77 minutos de absurda felicidad, estupendamente fotografiados en tonos pastel y adornados con encantadora música 'easy listening'. Sale una mosca gigante, además. Los aplausos sacudieron el Auditori.

Aplausos de júbilo cuando no toca

Y del buen al mal rollo: el director Bryan Martino nos quitó la sonrisa del rostro en tiempo récord con 'The dark and the wicked', que convierte a su previa y ya seca 'Los extraños' en una fiesta. Dos hermanos, Louise (la excelente Marin Ireland) y Michael (Michael Abbott Jr.), regresan a la granja perdida de Thurber (Tejas) donde crecieron para despedirse de un padre moribundo. Lo que les espera allí es peor que el duelo: el diablo en sus más diversas formas.

No hay un miligramo de humor, ni distancia irónica, ni crueldad festiva, en la propuesta de Bertino, raro caso de terror sobrenatural filmado (salvo por un par de efectos de posproducción) como un crudo drama de Sundance. Pero eso no evitó los sempiternos aplausos en las más diversas tragedias, algo que podía sacar de la acción y que los pobres personajes de esta tristísima película no merecían.

Entre los títulos a concurso del viernes destacó igualmente 'L'état sauvage', de David Perrault, estimable western que puede concursar en Sitges por su flirteo con el 'fantastique', en particular durante un clímax feminista con agujas vudú por medio. En plena guerra de secesión, la madre, las tres hijas y la sirvienta de una rica familia de colonos franceses dejan Misuri en dirección a Europa. La perspectiva es, sobre todo, la de Esther (Alice Isaaz), única de las hijas nacida en el Nuevo Mundo, para la que el camino acabará siendo más iniciático de lo querido. El estado salvaje del título puede referirse al espacio geográfico o, por qué no,  a la deriva anímica de Esther.