CITA POÉTICA (y 5)
David Leo recita para EL PERIÓDICO un poema de su libro 'Nueve meses sin lenguaje' como preámbulo al Barcelona Poesia
Cinco de los autores participantes en las jornadas que empiezan el 13 de octubre leen sus creaciones a lo largo de esta semana
David Leo (Málaga, 1988), que cierra el ciclo de lecturas poéticas en EL PERIÓDICO concebidas con la idea de calentar motores frente al Festival Barcelona Poesia que se celebrará del 13 al 18 de octubre, es un poeta malagueño que en la actualidad reside en Barcelona. Se dio a conocer gracias a su poemario Urbi et orbi, que ganó exaequo con Ben Clark el Premio Hiperión en el 2006 y, con 17 años, se convirtió en el autor más joven en obtenerlo. Un año más tarde logró una beca en la Fundación Antonio Gala, semillero de la mejor poesía joven en castellano. También es autor de ‘Dime qué’ (Dvd) y de diversos poemas incluidos en antologías generacionales como La inteligencia y el hacha y Tenían 20 años y estaban locos de Luna Miguel. Fuera de sus actividades creativas y como curiosidad, David Leo hizo historia de la televisión, al llevarse el pasado año un bote de un millón ochocientos mil euros en el concurso Pasapalabra, que supuso un récord absoluto en el programa.
Este poema forma parte de su último trabajo ‘Nueve meses sin lenguaje’ (Ultramarinos), una indagación a ratos divertida y a ratos sabia, siempre esencial, en los procesos que anteceden a la creación del poema o que atacan directamente sus reglas. El autor participará en el recital que el último día del Barcelona Poesia servirá de cierre al encuentro en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB).
Todos tienen una calle con su nombre, la cruzan en zigzag, interiorizan lenguajes de hojarasca
y llevan un YO SOY por estandarte,
todos guardan su exlibris en la guía telefónica,
todos frotan una moneda contra la mejilla hasta grabar su efigie.
Todos se extralimitan. Todos se sobreponen como el géiser lucha por superarse en alta mar, a cuatro mil kilómetros de toda inteligencia.
Todos tuercen, todos trinchan, todos tartamudean pero todos alzan alto su vaso para que lo atraviese el extraviado rayo de la misericordia
y hasta los que saltaron desde torres (tú, fugaz monumento bocabajo)
y los que retocaron con ácido sus pómulos
posaban secretamente para una estatua.
Así los datos personales no son más que una canción de cuna, a obsesiva,
y el rumor de la historia, la colisión de las civilizaciones, esos veinte minutos de conciliar el sueño, esos cinco segundos de vuelta a la conciencia al despertar.
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