DIVULGACiÓN HISTÓRICA

La idea de Europa nació en un tren

El historiador británico Orlando Figes explora en 'Los europeos' las raíces de una industria cultural común

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Elena Hevia

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La invención del ferrocarril y su puesta en marcha no solo fue esencial para el desarrollo de las comunicaciones y el comercio. En la burguesa Europa del siglo XIX, las locomotoras arrastraron mercancías y viajeros y con ellos extendieron la difusión de las artes y de la música y ayudaron a crear algo que no existía hasta el momento: una industria cultural, algo menos sofisticada de lo que conocemos ahora, pero ya con todas sus ramificaciones. La crítica, el 'copyright', la traducción, la publicidad y la gestión cultural se inventaron entonces. Vamos, que el ferrocarril representó entonces poco menos que lo que internet representa en la actualidad. El tren propició la primera aceleración del tiempo en nuestra vida cotidiana, esa de la que tanto nos quejamos hoy, pero también el primer transporte físico de las ideas. 

La consolidación de una cultura europea común es lo que sustenta el libro del historiador británico Orlando Figes (Londres, 1959) ‘Los europeos’ (Taurus), un trabajo que toma como hilo conductor un famoso triángulo amoroso de la época, el que formaron el escritor ruso Iván Turguéniev, la soprano francesa de origen español Pauline Viardot  (de soltera García Sitches) y el marido de esta, el crítico, traductor, gestor y mánager Louis Viardot. Tres personajes que llevaron su curiosa relación sin complicaciones morales o sociales. Turguéniev, uno de los grandes de la literatura rusa del XIX,  fue un habitual admirador de la cantante, adosado permanentemente a los viajes y la vida en común de la pareja. Ella, la gran diva, hermana de la malograda María Malibrán, era una persona muy atractiva que se dejó adorar no solo por el autor eslavo sino también por las estrellas de la música del momento como Berlioz o Gounod. Incluso la andrógina George Sand se enamoró de ella.

Un amor poco común

El propio Figes admite haberse enamorado también de esta mujer fascinante: “Encontré las cartas de Turguéniev y me impactaron -explica telemáticamente desde su casa de Londres-. Tendemos a pensar en el siglo XIX como una época de hipocresía, la del burgués y sus amantes o el príncipe con sus cortesanas, pero también había lugar para un tipo de relación amorosa como esta, basada en una amistad genuina y que además era, o no, nunca lo sabremos con certeza, de carácter sexual. Y Turguéniev, la verdad es que era un poco masoquista, no quería una mujer que fuera alcanzable”.

Aunque su nombre sea menos conocido, la figura de Louis, el marido, es importante para ilustrar lo que Figes quiere decir. “Viardot no es un creador como Pauline o Turguéniev pero es esencial porque se encarga de todo lo que el artista no hace pero sí necesita”. A mediados del XIX el proceso creativo se vuelve más complejo. Las conferencias de los autores famosos, las giras operísticas por Londres, París, Milán o Moscú empiezan a necesitar entonces una infraestructura logística que dé dividendos y acabe cristalizando en una industria que impulse a su vez una cultura común. “Se podría decir que aquello fue una primera globalización, una cultura cosmopolita y sin barreras que empezó a resquebrajarse con el ascenso del nazismo y otros nacionalismos crecidos a partir del racismo y la xenofobia. La verdad es que todas las culturas se han hecho grandes a partir del intercambio cultural. La apertura de fronteras suele provocar renacimientos culturales”.

Cómo me hice alemán

El sentimiento europeísta de Figes, descendiente de judíos alemanes, excede la mera historiografía. Al autor se le solapó la redacción de la última parte de este libro con lo que él considera el “lastimoso” resultado del referéndum del 'brexit'. “Antes de eso este libro era para mí un entretenimiento en el que estaba disfrutando, pero cuando se perdió la votación el mensaje de los valores europeos descritos en el libro me pareció mucho más urgente”. Obligado a actuar frente a aquella situación, el judío Figes decidió acudir a la embajada alemana y adoptar esa nacionalidad. “Mi hermana también lo hizo, pero en su caso fue más un elemento de reconciliación con el Holocausto, lo mío fue una decisión práctica: quería que mis hijos tuvieran el derecho de vivir y trabajar en Europa, lo quería para mí también. De hecho, la mayoría de mis amigos han intentado conseguir otras ciudadanías, como la  irlandesa. Quienes no pueden hacerlo nos envidian. Así que no se puede decir que sea una suerte proceder de una familia eliminada por Hitler, pero digamos que es una compensación menor”.  

El historiador de lo ruso 

Orlando Figes, profesor de historia en Cambridge, es uno de los historiadores de referencia de la historia de la Unión Soviética (su libro sobre la vida privada durante el estalinismo 'Los que susurran' es fundamental), así como 'El baile de Natacha', una historia cultural de la Rusia del XIX, anterior a la revolución.  Figes asegura que pese a haber escrito 'Los europeos',  marcado por la experiencia de una de las figuras más destacadas de la literatura rusa del XIX, su intencion ha sido alejarse de su vieja querencia.