ESPERADO CÓMIC AUTOBIOGRÁFICO

Jaime Martín: oscuros cuervos franquistas y marginalidad

El dibujante cierra la trilogía familiar con el cómic autobiográfico 'Siempre tendremos 20 años', recorrido personal y social desde el extrarradio barcelonés de los 70 y 80 en que creció

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Anna Abella

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El día en que murió Franco, cuando Jaime Martín tenía 9 años, su abuela decía: "El cielo está lleno de pájaros negros". A ella, que al igual que su abuelo sufrió la persecución franquista y burló la muerte en la guerra civil, se le oscurece el rostro en una de las primeras viñetas del nuevo y autobiográfico cómic de su nieto, ‘Siempre tendremos 20 años’ (Norma). Pensaba "en aquellos cuervos o grullos que para ella eran los residuos del franquismo que nos sobrevolaban", aclara el bregado dibujante desde la casa familiar de L’Hospitalet. 

De aquel 1975 parte el creador barcelonés para concluir con este álbum el tríptico familiar que sin pretenderlo iniciaba en ‘Las guerras silenciosas’ (2014), en el que reivindicaba la difícil vida de sus padres durante la dictadura, y seguía en ‘Jamás tendré 20 años’ (Premio del Salón del Cómic 2017), donde contaba las duras experiencias de guerra  y posguerra de sus abuelos. "Me parecía interesante cerrar la trilogía hablando de mi generación, pero tuve mis reticencias –explica el dibujante, nacido en 1966, los años del ‘baby boom’-. Porque las generaciones anteriores habían vivido periodos muy intensos y no sabía si por contraste mi historia quedaría floja. Pero era necesaria para cerrar una progresión histórica de guerra, dictadura y salida de la dictadura".  

Y desde ahí sigue el lector la infancia, adolescencia y madurez de Martín, la evolución de su precoz vocación de dibujante y una vida que es el retrato de una generación que se crió en el extrarradio barcelonés, en un L’Hospitalet entonces marginal, por el que callejeaba con su pandilla de amigos al son de las letras y músicas de Barricada, Motörhead, Ramones, La Polla Records o ACDC.  

El peligro de ser comunista

Entrelaza vivencias personales y familiares con las realidades de la sociedad española desde la transición hasta el 2014, como cuando ante el golpe de Tejero, el 23 de febrero de 1981, escondieron en el motor de la nevera los carnets del Partido Comunista y su abuela se disponía a quemar la colección de adhesivos reivindicativos del padre de Martín; o el mural que dibujó para el PSUC con el ‘OTAN no. Bases fuera’ ante el referéndum de 1986, o las inquisitivas preguntas de los curas en el colegio sobre a quién votarían sus padres en las primeras elecciones democráticas de 1977

Sin voluntad de dramatizar, el cómic refleja la violencia juvenil, los efectos de las drogas o la inseguridad que estigmatizaba barrios como Bellvitge o El Gornal, donde, cuenta en el cómic, "por la noche solo salían los más atrevidos, los borrachos y los ladrones". "Eran años oscuros. Recuerdo una gran manifestación contra las violaciones en la zona y a mis tías haciendo judo y kárate por pura autodefensa. En aquella época la sociedad casi veía como algo normal tocar el culo o las tetas a una mujer. Y muchos chavales cayeron en la heroína y murieron. Había muchas familias desestructuradas". Cita el dibujante casos de padres alcoholizados y madres suicidas o, como testimonia el cómic, el de un chaval que ni se dio cuenta de que el cadáver de su padre llevaba dos días en el sofá.

Un entorno que Martín supo mostrar ya en ‘Sangre de barrio’ (Premio Autor revelación del Salón del Cómic de Barcelona 1990) y que entonces, como deja caer en ‘Siempre tendremos 20 años’, le valió el comentario de un editor que dijo que nunca maduraría como autor porque se había encasillado con historias de jóvenes marginales. Tres décadas después parece que no andaba muy acertado. "Siempre encontrabas el que te decía ‘dedícate a otra cosa’", asume quien entró a colaborar en la revista ‘El Víbora’ con un Josep Maria Berenguer que le editaría su primer álbum en La Cúpula y que ha contado siempre con el dibujante Josep Maria Beà como maestro y amigo. "Él y su mujer Marián siempre han sido como parte de mi familia. Fue un lujo tenerles", celebra el hoy también profesor de cómic en la Escola Josoa través del cual el lector descubre el mundo del cómic en los 80. Para el Jaime niño dibujar ya era "medicinal". "Me permitió pasar de ser introvertido y tímido a integrarme con cierta facilidad en el colegio, porque no me gustaba jugar al fútbol y durante el patio dibujaba. Eso me ayudó a ser aceptado". 

Para redondear una historia que termina en el 2010 (y con un emotivo epílogo en el 2014), Martín retoma el miedo a aquellos "pajarracos oscuros" de su abuela, hoy como poderes que "velan solo por sus intereses". "Soy muy visceral y quise mostrar cómo la crisis económica dio lugar a situaciones laborales lamentables", explica relatando su reencuentro con un amigo de la pandilla, víctima de la precariedad en la restauración. "Tras estar horas y horas trabajando de pie en un restaurante inmundo y sin apenas poder comer casi tuvo una embolia por ir tarde al médico. Tenía las piernas azuladas y muy hinchadas". 

El covid, prueba de estres social

"Nuestros padres vivieron la crisis del petróleo en los 70, en los 80 hubo tasas de paro del 21%,  y con la del 2008 se llegó al 26%. A mi generación ya nos pilló con algo de experiencia en crisis pero nos inquietamos porque siempre creímos que nuestros hijos vivirían mejor que los padres, que tendrían un mundo mejor, y no va a ser así. Lo van a tener peor por primera vez", lamenta el dibujante, que ante la nueva crisis por el coronavirus, y "sin ser defensor de teorías conspiranoicas", sí cree que "empresas, multinacionales y gobiernos están aprovechando la conyuntura para probar nuevas formas laborales precarias y ver cómo reacciona la población, hasta dónde aguantamos. Es un momento cambiante, el fin de una etapa, y no sabemos hacia dónde evolucionará".  

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