CRÓNICA

Javier Corcobado resurge con su furia poética en Wolf

El cantante ofreció su primer concierto desde la pandemia en una arrolladora sesión de presentación del apocalíptico álbum 'Somos demasiados'

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Jordi Bianciotto

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El concierto de Javier Corcobado en Wolf fue uno de los primeros en caer aquel fatídico fin de semana de mediados de marzo, y siete meses después, este sábado, se consumó milagrosamente con toda la carga de furia poética de ese álbum con título de advertencia: ‘Somos demasiados’. Obra en la que el cantante madrileño (nacido en Frankfurt y actualmente residente en un caserío vizcaíno) trata de buscar la luz a través de las tinieblas de la superpoblación, la destrucción del medio ambiente, la violencia, la corrupción y otros simpáticos motivos inspiradores.

Doble sesión en la sala, y multiplicada por dos, ya que cada pase lo abrió el grupo barcelonés Neblia, atacando el epé que lanzó en febrero, ‘Tzimtzum’, cuyo título alude a la visión cabalística del origen del universo, equiparable al ‘big bang’. La suyo bien puede ser la banda sonora de un cataclismo astral de aquí te espero, con ritmos que caen a plomo y texturas espesas en las que sobresale el trazo terrenal del violín. Canciones que son criptogramas o fetiches portados en procesión, como ‘Desierto y mar’.

Cuarteto de altos vuelos

Un sólido pórtico de rock con fundamento místico tras el cual Corcobado entró en acción oteando el horizonte: “Mi voz se quiebra ante la destrucción”, cantó en ‘A nadie’ a modo de bienvenida orientativa, antes de levantar los ánimos con su clásico himno ‘La libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles)’, salpicada por el trombón del también teclista Oskar Aparicio. Cuarteto poderoso, con la guitarra de Jaime Yakaman y la batería de Nacho Colis, cómplice desde los días de Demonios Tus Ojos, tres décadas atrás.

Era el primer concierto de Corcobado desde la pandemia (y el primero en la ciudad desde el 2009, exceptuando la reunión de Mar Otra Vez de hace cuatro años), y ahí estuvo en toda su expresión, altivo y fundiéndose con su verbo, arrodillándose angustiado y clavándose hierático sobre el escenario guitarra en mano. Recorrió seis de las nueve canciones de estreno en versiones revitalizadoras: una ‘Europa tan triste’ más pospunk que ‘dance’, el cabaret crepuscular de ‘Y yo te saqué a bailar’ o la arrolladora trama de sintetizador de la pieza titular, con su alarmante texto pre-covid: “Humanos gritando en festivales y estadios / se sienten uno y se creen más fuertes”.

Corcobado con todo su filo y su inquietud sonora, alzándose como el último ‘crooner’ pos-industrial en la repesca de ‘Dame un beso de cianuro’, flirteando con la muerte en la siniestra ‘Caballitos de anís’ y extremando la polución sonora en una secuencia final en torno a ‘El futuro se desvaneció ayer’. Y una novedad: la versión de ‘French disko’, de Stereolab, que lanzará pronto como sencillo y cuya letra dice que, si bien “el mundo es esencialmente un lugar absurdo en el que vivir”, mirando alrededor “hay todavía cosas por las que vale la pena luchar”. Quizá no sean días propicios para metas muy elevadas, como expresó el cantante al despedirse, casi a modo de súplica. “¡La próxima vez nos vemos sin máscaras!”

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