NUEVA NOVELA

Pep Coll y la piedra que sepultó el medio rural

El autor de 'Dos taüts negres y dos de blancs' convierte 'L'any que va caure la roca' en una metáfora de la transición desde la óptica del campo

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Anna Abella

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1975, el año de la muerte de Franco. Siete jóvenes, siete ‘hereus’, cansados de todo lo que implica vivir en un entorno rural, quieren abandonar su pueblo, enraizado al pie de una imponente roca que, literalmente, acaba sepultándolo una nevada madrugada mientras ellos están en una discoteca de una población vecina. Son los únicos supervivientes, que en vez de emigrar a la ciudad como pensaban acabarán reinventándose para levantarlo de nuevo. El lugar de la tragedia es el imaginario Malpui, escenario literario del Pallars creado por Pep Coll (1949) a imagen de su Pessonada natal (Lleida) y que viene frecuentando desde hace tres décadas en obras como ‘La mula vella’ o ‘El salvatge dels Pirineus’ y, sobre todo, en su celebrada ‘Dos taüts negres i dos de blancs’. Ahora, en su nueva novela, coral, ‘L’any que va caure la roca’ (Proa) ha regresado a ese pueblo mítico para “acabar con él” y, al tiempo, crear una “metáfora de la transición política española vista desde el campo, con sus ilusiones y desengaños”.  

“La transición produjo en su día muchas ilusiones. Tarradellas inaugura ese pueblo nuevo que los siete jóvenes construyen y llaman Vilanova de Malpui, que es un modelo para Europa hasta que vienen italianos y se sorprenden de cómo lo han hecho. La transición era un modelo para Europa y luego se ha visto que tenía bastantes grietas”, compara Coll.  

Destruir lo antiguo

“Esa catástrofe, la caída de la roca, es como la caída de un muro, esos jóvenes se ven libres. De repente pueden hacer todo aquello de lo que culpaban a los padres de no poder llevar adelante. Y con el apoyo de un profesor de la escuela agraria emprenden una revolución económica, que como todas, implica destruir lo antiguo, como los ‘conreus’ de antes”, explica Coll desde el otro lado de la pantalla del ordenador. Eso les lleva a talar los olivos centenarios, a olvidarse de la hoy tan preciada piedra vista cuando construyen las nuevas casas o a usar la uralita en los tejados, que entonces, decían, “era la última innovación”. “Para ellos significa también acabar con los antiguos odios que cada familia llevaba en la sangre para crear la nueva sociedad, basada en una cooperativa agrícola”.   

“En los 70 nadie quería ser de pueblo, era como una vergüenza –recuerda el propio autor, que como su hermano acabó haciendo vida en la ciudad-. Pero muchos de los que se marcharon en aquellos años, a medida que la ciudad se contaminaba, volvieron en los 90. Hoy vivir en un pueblo se valora mucho y muchos están orgullosos de hacerlo. El éxodo rural es un fenómeno social al que no se le ha dado importancia en Catalunya. En ese abandono del campo la gente lo pasó muy mal. Para los que se iban y llegaban a las ciudades a trabajar de lo que fuera fue un golpe duro, pero también para los padres que se quedaban. En la novela estos, que mueren al caer la piedra, se salvan de ver la ruina de sus casas y cómo acabarán sus campos”. 

El papel de las cooperativas y escuelas agrarias

Destaca el escritor el papel de aquellas escuelas y de las cooperativas agrarias como la que crean sus personajes. “Cuando España entró en la ONU en los años 50 las grandes empresas fitosanitarias vieron aquí un lugar donde vender sus productos: pesticidas, abonos… y se crearon esas escuelas agrarias con capital americano. Aquellos ingenieros agrarios aparecían en los pueblos para reconvertir la agricultura tradicional en una agricultura vista como una empresa. La supervivencia de las familias en el ámbito rural era imposible solo con sus campos y las fincas debían unirse”, señala sobre aquellas nuevas ideas.

A sus personajes, para quienes hasta “sus muertos son algo incómodo y renuncian a desenterrarlos”, les seguirá el lector hasta 1979, “cuando se aprueba la Constitución y empiezan los grandes problemas en la cooperativa”, y les reencontrará al final de la novela en el 2014, en una sociedad muy distinta y junto a sus hijos. “Cada generación –opina Coll- debería construir su propio pueblo”. 

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