Que no pare la música

Cerdanyola retiene el blues

El Festival de Blues afronta su edición 29,5ª, a la espera de celebrar el 30º aniversario cuando el temporal amaine, con 29 conciertos en espacios inéditos al aire libre

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Jordi Bianciotto

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En Cerdanyola se observaba una afición por la música, si bien el blues era ahí un género más, en diálogo familiar con el rock’n’roll o el rock sureño. Pero las tradiciones, si no están, se incentivan, y desde que existe el Festival de Blues, la ciudad del Vallès es un punto caliente en la ruta de esta tradición sonora nacida en el delta del Misisipí. No es que la muestra, que el viernes abrirá su nueva edición, naciera porque la ciudadanía muriera de amor por el blues, sino que “es más bien al revés: desde su nacimiento ha activado la pasión por esta música en Cerdanyola, con un público atento, bandas que la cultivan y bares temáticos”.

Lo cuenta Albert Puig, que fue en 1988 uno de sus impulsores, del brazo de Manuel Ibarro, el primer director, desde aquella madriguera agitadora llamada Antena Directa, embrión de Cerdanyola Ràdio. Algún día se estudiará el papel del activismo radiofónico en la creación de tejido en torno a la música, de proyectos y de público. Cerdanyola era entonces un ‘hub’ de estudiantes de paso hacia la UAB, “con los que apenas había relación más allá de la noche del jueves, que salían de fiesta”, recuerda Puig, y encontró en el festival, impulsado por el Ayuntamiento, un motivo de identificación, mirando de reojo la filiación de Terrassa con su rampante mostrador de jazz.

Más allá de 'Hoochie coochie man'

Lo que empezó como un humilde doble bolo en la plaza del Ateneu creció y en pocos años se marcó tremendos tantos: visitas de gurús como Johnny Copeland, Johnny Winter (punto de inflexión en 1993), Buddy Guy, Dr. John (dos veces), Alvin Lee Band, Dr. Feelgood, Willie DeVille, Solomon Burke, el ex-‘stone’ Mick Taylor... Blues en un sentido abierto, sí, en roce con el rock o el soul, porque en Cerdanyola se fijaron en la heterodoxia de altos escaparates como Bourges y Montreux. “Se trataba de ir más allá de la monotonía del ‘hoochie coochie man’”, apunta con guasa Albert Puig. En realidad, desliza, el nombre ideal para el festival era el que un año después que ellos, en 1989, acuñaron en Badalona: Blues & Ritmes.

El Festival de Blues de Cerdanyola ha salido al paso de más de un revés (el peor, cuando la crisis lo convirtió en bienal, entre el 2011 y el 2017) y afronta ahora un programa que debería haber sido de 30º aniversario y que las circunstancias han dejado en un escalón previo: edición 29,5ª, así la llaman. No hablamos de un ejercicio para salir del paso, ya que se ha removido cielo y tierra para ofrecer 29 conciertos, todos gratuitos, en cuatro escenarios inéditos al aire libre, con incluso tres nombres internacionales: Manu Lanvin & The Devil Blues, J. P. Bimeni & The Black Belts y Gisele Jackson & The Shu Shu’s, que se trasladarán desde diversos países europeos.

Este es un acontecimiento que “atrae a la ciudadanía más allá de los locos por el blues”, asiente Siscu Campos, otro veterano adscrito al comité organizador. Ahí está también el técnico de cultura Jose Guillem, entusiasta ante “la cantera de instrumentistas” alimentada tras tantos años de conciertos, el “impulso a escuelas de música y estudios de grabación surgidos en la ciudad” y la irrupción de un ‘off’ que ya se sitúa bajo el paraguas oficial, con exposiciones en bares y espacios culturales. Año 29,5. El 30º festival tendrá que esperar, suspira Campos. “Pero nos lo reservamos para celebrarlo a lo grande”.

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