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La Sala Atrium estrena una obra donde tres senegales explican sus experiencias

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Eduardo de Vicente

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El documental es uno de los géneros que más y mejor ha evolucionado en las últimas décadas en el cine y también en la televisión. Sin embargo es difícil encontrar algo similar en el teatro. Ahora la sala Atrium ofrece un espectáculo que se ajusta a estos parámetros, P.A.U. (Paisatge als ulls), que trata un tema de actualidad como el de la emigración pero con una particularidad, quienes lo explican no son actores sino personas que han vivido esa experiencia y nos la cuentan en primera persona provocando que la emoción llegue a los espectadores.

La parte delantera del escenario está repleta de arena simulando una playa, al fondo, una sucesión de cuadros en los que se proyectarán imágenes (fotografías de los protagonistas y sus familias o los lugares por los que han pasado), así como frases, unas grandes bolsas de las que extraerán diversos objetos y, a la izquierda, unas guitarras que utilizará Josep Maria Barrufet para crear una banda sonora intrigante que acompañará a las respectivas historias que nos explican los tres senegaleses que, ahora, viven entre nosotros. Una chica (la actriz Ariadna de Vilar) aparece frente a nosotros girando sobre sí misma con una linterna que enfoca también al público (resulta algo incómodo, debe ser intencionado) mientras el músico afina los instrumentos. Ella será quien hará de introductora, formule diversas preguntas a los protagonistas y nos revele datos estremecedores.

El sueño de llegar a Europa

El primero en confesarse es Lamine Bathily que viste una camiseta reivindicativa con la frase “Legal clothing illegal people (Ropa legal, gente ilegal” y se entrebanca un poco cuando habla (no hay que ser muy exigente, al fin y al cabo para no ser profesionales lo hacen bastante bien). Nos detalla la relación con sus padres y su sueño de escapar en busca de “eulek (futuro). Algunos días su lugar lo ocupa Dabo Malang, cuya historia debe ser diferente.

Más tarde conocemos a Yacine Diop, una mujer bellísima que bien podría pasar por modelo, que llega con un cesto en la cabeza del que extraerá dos cuencos y muestra sus coloristas vestidos. Nos cuenta que su madre pudo refugiarse en Europa y que su abuela cuidó de ella en su localidad natal, ya que, repetidamente, le negaron el permiso para que viajaran hasta aquí sus hijos. Las cartas (una de ellas es leída) eran el principal vínculo con su familia. Aunque se vio obligada a trabajar duramente en el campo almeriense se ganó el respeto de los vecinos de su pueblo porque ya era “una europea”.

Un viaje sin billete de vuelta

El tercer emigrante es Malamine Soly, que hace su entrada con una manta y una botella de agua que tuvo que regresar tras estar a punto de embarcarse y, al no haber podido alcanzar “las luces de Europa”, era considerado entre los suyos como un fracasado. Los valientes son los que han llegado o perdido la vida por el camino y los que se quedan, los cobardes. Una reflexión tremenda. Cuentan que frente a los peligros a los que se pueden enfrentar “la ilusión le puede al miedo” aunque nunca olvidarán lo que han dejado atrás. Su lema es “Barça o barzah! (Barcelona o morir!) La arena servirá para escenificar una especie de entierro.

Lamine y Malamine coinciden en explicarnos el drama que vivieron durante los días que estuvieron en sus respectivas pateras, las adversidades para emprender el viaje con el mar revuelto, la escasez de comida o de gasolina, su cansancio o la intolerante actitud de la policía. Ariadna vuelve a tomar la palabra para volver a exponer números, los ahogados (oficiales, muchos han desaparecido sin dejar rastro) pero, sobre todo, denunciar el negocio de algunos, las empresas de seguridad, lo que se gasta en proteger las fronteras... Y te hacen pensar que si esas fortunas que van a parar a manos de los de siempre se utilizaran para acoger y ayudar a los que quieren trabajar aquí todo sería muy diferente.

Y ahora… ¿qué?

En el tramo final ya han logrado su sueño, llegar a Europa, pero las dificultades no han hecho más que empezar: los inconvenientes para encontrar un trabajo digno, enfrentarse al racismo o la discriminación social. Lamine cuenta su experiencia como mantero y la creación de su sindicato y Yacine pasa de la euforia por la llegada al desengaño por la soledad. Las lágrimas están a punto de salir de sus ojos cuando lo recuerda mientras que el público ya es un mar de llanto. Se les ha caído la máscara de esa Europa idílica, han caído en la trampa y se han dado de bruces con la realidad cuando descubren que llevan una mochila muy pesada: mantenerse a sí mismos y tener algo de dinero para enviar a los suyos.

Es un montaje creado no para que nos quedemos con esas cifras a las que siempre alude Ariadna que resultan escalofriantes pero impersonales, sino para que entendamos que detrás de ellas hay personas de carne y hueso que luchan, que sufren y que tienen un rostro, una vida y una familia detrás. Si nos molestáramos en conocerlos quizás podríamos contribuir a un mundo mejor y a frenar este drama humano sin sentido que puede resultar mucho más fácil de solucionar de lo que parece. Un retrato imprescindible que conmueve.