Hotel Cadogan

Gérard de Nerval, el desdichado

Wünderkammer publica 'Cartas de amor a Jenny Colon', el gran amor del más romántico de los poetas franceses, inéditas en España

Gérard de Nerval

Gérard de Nerval / periodico

Olga Merino

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En una tarde lejana ya, a la hora sombría 'entre chien et loup', apareció ante el mostrador de recepción un caballero que aseguró llamarse Gérard de Nerval, pesea que en el pasaporte figuraba el apellido Labrunie. Exigió la llave de la habitación número veintiséis, mientras su mascota, una langosta que llevaba atada con una cinta de seda azul, agitaba las pinzas en el aire como si tocara las castañuelas. El peculiar animal de compañía no suscitó entre nosotros la más leve sorpresa —la excentricidad la patentamos los ingleses—, pero sí lo hizo la condición de sonámbulo del visitante.

 ¡Ah, Gérard, pobre muchacho! Nadie pegó ojo durante su estancia. El más romántico de los poetas franceses, a quienes los surrealistas encumbraron como su maestro profético, pidióuna botella de sidra espumosa, y, sentado en un peldaño de la escaleranoble, les relatóa las muchachas de servicio, desveladas como lechuzas, quecuando él tenía dos años, su padre, médico de la 'Armée', se marchó con las tropas de Napoleón y, tras él, la madre, que murió de fiebres y cansancio, y la enterraron en los campos de Silesia en una tumba sin nombre. Se pasó las noches llamándola a voz en grito por los pasillos del hotel, a la madre y a las mujeres, de carne o de ensueño, con las que trató de restañar su ausencia incurable: Sylvie, Pandora, Aurelia, y sobre todo Jenny Colon, el gran amor de su vida, una actriz de teatro que murió en 1842. «Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable», comienza el soneto de Nerval 'El desdichado'. 

 Precisamente, Wünderkammer acaba de publicar 'Cartas de amor a Jenny Colon', inéditas hasta ahora en castellano, en una edición preciosa que incluye un relato sobre el viaje demencial que Nerval emprendió por Europa, para amueblar la alcoba donde pretendía obtener los favores sexuales de Jenny, y un epílogo de Juan Eduardo Cirlot. Nos encanta la editorial que dirige Elisabet Riera, esta colección de rarezas literarias, fascinantes como plantas carnívoras, que llevan un salvoconducto memorable impreso en las guardas: «Hasta aquí la intercesión humana; que la fortuna lo acompañe [al libro] de ahora en adelante».

Aunque Gérard de Nerval se largó sin abonar la cuenta, seguimos extrañándolo. Aquí, en el Hotel Cadogan, tampoco sabemos distinguir el sueño de la vigilia.