FENÓMENO ESTIGMATIZADO

Botellón: el latido musical de los parques españoles

La rumba marginal, el rap de barrio y el 'sonido Barcelona' son géneros moldeados principalmente en la calle

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Nando Cruz

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Cuenta la leyenda que el botellón nació en octubre de 1991, cuando los jóvenes cacereños organizaron una protesta multitudinaria consistente en quedar a beber en un parque ante la amenaza de la gobernadora civil de adelantar la hora de cierre de los bares. Tal vez esta práctica adquiriese forma de protesta ciudadana y nomenclatura oficial, pero cuesta creer que hasta entonces nadie hubiese quedado con sus colegas para charlar y beber lejos de un bar. Y, siguiendo con la música, cuesta aún más imaginar que la rumba de barriada periférica no se haya desarrollado, en parte, en reuniones al atardecer con guitarras y botellas. En los años 70, los bancos de parques y plazas eran una academia gratuita de palmas. Y así ha sido hasta anteayer. Pregunten si no a Estopa.

España ha sido un país especialmente propenso a las reuniones callejeras donde la música ha brotado con espontaneidad hasta forjar estilos propios. Ese ‘sonido Barcelona’ que revivirá durante las fiestas de la Mercè en el homenaje al percusionista Xavier Turull nació en la calle. En calles muy concretas, además. Allá por 1995, la ruta partía de Escudellers y enfilaba bien hacia la plaza del 'tripi' o bien hacia la Rambla. Cuando ya se arremolinaba demasiada gente, la prudencia aconsejaba irse al Moll de la Fusta, más amplio y con menos presencia policial. Allí se reunían decenas de músicos de múltiples orígenes geográficos, Manu Chao entre ellos, que, intercambiando instrumentos, ritmos y sabores darían forma a aquella escena mestiza tan influida por la rumba callejera.

Los primeros rimaderos

Si hay un género musical que se pueda asociar a las calles de nuestro país es el hip-hop. El rap español ha crecido en la calle, en parques, plazas y, por supuesto, botellones. "En los botellones surgían los primeros rimaderos", reivindica el rapero valenciano Ricardo Romero alias Nega. "La gente llevaba timbales y guitarras. Uno sacaba acordes tipo Cypress Hill y otros rapeaban. Yo empecé a ir con 16 años. La primera vez volvías trasquilado y te pasabas la semana preparando una letra más chula para resarcirte cuando llegara el fin de semana", recuerda. Más tarde, Nega fundó el grupo de rap Los Chikos del Maíz.

Cuando en este diario se preguntaba al gallego Hard GZ sobre un lugar importante para su formación como rapero, respondía sin dudar: "En el barrio de Matogrande, en A Coruña, nos reuníamos 20 o 30 chavales cada viernes y sábado junto a las vías del tren. Hacíamos botellón, batallas de gallos y la peña grafiteaba. Ver tanta gente junta solo por el rap era la hostia". Desde en la otra punta del país, Mala Rodríguez tiene recuerdos similares sobre sus inicios: "Iba con mis amigas a la discoteca. Ellas se quedaban dentro y yo me salía a la plaza con los chicos a improvisar". Se podría elaborar un mapa de España de todos los espacios al aire libre en los que los jóvenes crean música. Los párkings de discotecas, las 'raves' y las fiestas descomunales que se montaban a la puerta de festivales, como el AntiSónar o el AntiViña, también nutrirían la cartografía.

Sobre el botellón no solo se han publicado tesis como ‘Botellón, un conflicto posmoderno’, cuyo coautor Artemio Baigorri, suele resaltar que "la gente no va a beber al botellón; va a estar en el botellón". También hay canciones. Ya sea glorificándolo, como hizo el grupo de rock verbenero Búhos en ‘Botellón’, o ridiculizando su estigmatización, como el grupo de heavy paródico Gigatrón. El ‘Himno al botellón’ de estos últimos incluye esta revelación: "Dios nos condenó al alcohol / Satán nos dio el botellón". Y también, una aclaración: "No temáis a los niños / Solo quieren privar / Quieren relacionarse / Y hacer vida social".

La escena de siempre

Las músicas de la calle van y vuelven. Los tambores africanos que retumban en el parque de la Ciutadella responden el eco de aquellos primeros rastafaris que, perseguidos por la policía, se refugiaban en las colinas de Kingston. Los chavales que en los años 50 se reunían bajo el puente para practicar armonías vocales son los bisabuelos de los que hoy quedan en el parque e improvisan rimas sobre ritmos trap, reguetón o dembow. Los aparatosos loros de los inicios del hip-hop eran los pequeños altavoces conectados al móvil por 'bluetooth' de hoy. La música ha cambiado. La tecnología, también. Pero la escena es la misma.

"Los jóvenes hacen botellón porque no hay alternativas de ocio para ellos, porque no consiguen un empleo remunerado y porque el ocio institucionalizado, el cine, el teatro e incluso el bar de copas, se ha convertido en algo reservado a una élite cultural. Y también lo hacen porque en las sociedades mediterráneas son habituales los encuentros en el espacio público donde el alcohol juega un papel como lubricante social", enumera el antropólogo José Mansilla.

Al rapero de Los Chikos del Maíz no le cabe duda: "Se criminaliza el botellón para no hablar de que somos el país con mayor paro juvenil de Europa".

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