UNA FACETA POCO CONOCIDA DEL PREMIO NOBEL

Coetzee antes de Coetzee: cuando quiso ser fotógrafo

El autor de 'Desgracia' cultivó la fotografia en la adolescencia y capturó interesantes imágenes que ahora ser reunen en un libro

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Elena Hevia

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No hay muchos escritores que hayan ejercido también como fotógrafos. El ejemplo más conocido y más relevante es el de Juan Rulfo, pero también a Julio Cortázar y a Allen Ginsberg, no siendo tan profesionales como el del mexicano, les interesó mucho darle al obturador. A este trío habría que añadir el precoz trabajo fotográfico de una de las vacas sagradas indiscutibles de la literatura contemporánea , el nobel surafricano J. M. Coetzee, quien entre sus 15 y 16 años dedicó muchas horas a captar (y revelar luego en un cuarto oscuro) imágenes de su entorno en la Suráfrica de los años 50 a poco de empezar a funcionar las terribles leyes de ‘apartheid’. Las imágenes reunidas en el libro ‘Retratos de infancia’ (Literatura Random House), acompañadas por textos y comentarios del autor, pueden ser en cierta forma un premio de consolación por la frustrada visita que el habitualmente esquivo autor debía haber realizado este fin  de semana a las Conversaciones de Formentor en Mallorca y que la pandemia ha hecho imposible. 

Cuando tomó aquellas fotografías el joven Coetzee, que todavía no se había planteado una dedicación a la escritura -aunque ya había cambiado sus libros infantiles por tratados de filosofía y poesía- admiraba profundamente a Cartier-Bresson, leía la revista ‘Life’, cumbre del fotoperiodismo y aspiraba a dedicarse profesionalmente a esa actividad por entonces de moda. Pero como confiesa en una entrevista incluida en el volumen aquella vocación no tuvo continuidad: “Nunca me abrí suficientemente al mundo, en particular a la experiencia de otras personas. Estaba demasiado absorto en mí mismo”. 

Hoy no habría constancia de este trabajo fotográfico si el autor, que se había trasladado a Australia en el 2002, no hubiera decidido vender en el 2014 su casa de Ciudad del Cabo y los nuevos inquilinos no se hubieran encontrado una serie de latas de aluminio con los negativos en blanco y negro, además de una ampliadora (objetos hoy exóticos en plena era digital). Todo ello acabó en las manos de Hermann Wittenberg, estudioso del autor, quien se puso en contacto con él solicitando su permiso para recuperar aquellas imágenes que podrían complementar los estudios sobre Coetzee y sobre todo servir de complemento a uno de los grandes libros del autor, ‘Infancia’. Si en aquella novela sesgadamente autobiográfica, primera entrega de su trilogía, un Coetzee de 60 años evocaba con su habitual estilo seco y despiadado su propio pasado, en las imágenes captadas por el Coetzee adolescente hay una enorme curiosidad y una mayor empatía por el mundo. Otra mirada. 

Al adolescente le gustaba captar a la gente desprevenida. De hecho, su primera cámara era muy pequeña, del tipo espía -más tarde compró una Wega de 35 milímetros, copia italiana de la mítica Leica- y le divertía captar escenas familiares, de los compañeros y los maestros con sotana en su escuela católica, los partidos de críquet, la gente de la calle e incluso una imagen de su pequeña biblioteca que compró con su dinero. “Hace falta cierto narcisismo innato para florecer bajo el objetivo de una cámara”, es la explicación que da el autor cuando se le pregunta por qué no deseaba que los sujetos de sus fotografías no se dedicaran a posar. 

Entre las imágenes es extraordinaria la de su hermano David en bicicleta que, precisamente, ilustra la portada de la edición española que muestra un acabado profesional, pero también se detecta un intento de querer ver más allá de lo que le era permitido a un joven blanco privilegiado de clase media como él que no podía mezclarse con la población o mestiza, segregada por zonas. Desde 1950 los negros solo podían entrar en los barrios residenciales de la minoría blanca para acudir al trabajo. El  objetivo del joven buscaba a los jornaleros y criados de granja familiar donde pasaban los veranos y es particularmente emocionante la que muestra a dos de ellos, Ross y Freek, cuando acompañaron a la familia Coetzee a la costa, y pudieron ver el mar por primera vez en su vida. El autor captó la imagen pero jamás llegó a saber qué es lo que pasó por la cabeza de aquellos dos hombres. Las reglas sociales lo impedían. 

Coetzee siguió haciendo fotos hasta los 20 años, luego abandonó la práctica sin pena. Pero la huella de la fotografía, según admitió el autor, se puede detectar a lo largo de toda su obra, desde sus primeros trabajos -'El proyecto Vietnam'- hasta la novela ‘Hombre lento’, protagonizada por un profesional de la fotografía. Fue uno de los primeros escalones de su formación.