CRÍTICA DE CINE

'El practicante': inquietante génesis de un asesino

Un convincente Mario Casas lidera este conciso y efectivo thriller psicológico del director Carles Torras

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Juan Manuel Freire

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La simplicidad es una virtud a la baja. Se agradece a los responsables de 'El practicante' que hayan elegido para su película un título tan claro e inquietante, y que dicho filme ronde la hora y media, o que sus diálogos nunca caigan en el oropel innecesario.

Esto último se debe, en parte, a un protagonista parco en palabras, el practicante (sí) encarnado por un Mario Casas voluntariamente entumecido a nivel expresivo. Se supone que en su trabajo ayuda a los demás, pero su sociopatía le impide preocuparse en exceso. Hace negocios con joyas de víctimas de accidentes y cultiva una colección de gafas halladas entre cristales rotos. Su relación con Vane (Déborah François) hace aguas porque no consiguen tener hijos. El problema es de él. Y cuando un accidente le deje paralizado de cintura para abajo, su relación con el mundo se volverá, si cabe, aún más compleja.

La primera mitad de 'El practicante' parece casi la historia de orígenes de un supervillano, un poco al estilo de 'Joker', sensación reforzada por una banda sonora basada en cuerdas penetrantes. La segunda, algo menos ambigua e interesante, pero efectiva, presenta al hombre plenamente transformado en monstruo, convertido en 'psycho-killer' con jeringuillas y versión menos elegante del Terence Stamp de 'El coleccionista'. Durante todo el metraje, 'Un chupito de champán', clásico de Los Brincos, ejerce como irónico contrapunto musical, imagen sonora de un pasado feliz que quizá nunca llegó a existir.