EL LIBRO DE LA SEMANA

'Los chicos de la Nickel': La fábrica del dolor

La excelente novela con la que Colson Whitehead ganò el Pulitzer tiene todos los números para conventirse en una hiriente película

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Sergi Sánchez

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He tenido un sueño (ucrónico), en el que la adaptación cinematográfica de 'Los chicos de la Nickel', dirigida por el sensible Barry Jenkins ('Moonlight'), ganaba Oscars a destajo en una América demócrata. Tiempo al tiempo: si la Nueva Normalidad permite que el cine y la televisión vuelvan a invertir en proyectos de prestigio, la excelente novela de Colson Whitehead, Premio Pulitzer 2020, tiene todos los números para traducirse en un puñado de imágenes hirientes. Lo que no significa que sea oportunista, aunque el movimiento 'Black Lives Matter' nos obliga a admitir que todo lo que cuenta Whitehead se proyecta en el presente como si un científico loco hubiera borrado el devenir de la Historia durante los últimos 60 años.

Como George Floyd el pasado mes de mayo o Jacob Blake hace unos días, Elwood Curtis solo es culpable de estar en el sitio y el momento equivocados. La ironía del azar le empuja a subir, sin saberlo, a un coche robado, precisamente para dirigirse al lugar (¡la universidad!) donde iba a acceder a una vida que, en la América del segregacionismo, significaba el paraíso para un adolescente de raza negra. Mala suerte, porque acabará con sus huesos en un reformatorio, la escuela Nickel, que es una fábrica del dolor, una galería de las torturas y vejaciones más inimaginables, de la que tal vez ni siquiera pueda salir vivo. Whitehead, que se inspira en el caso real de un instituto-reformatorio del estado de Florida donde, en 2014, se encontraron los restos de más de 80 jóvenes enterrados en el jardín, explica el vía crucis de Elwood con una economía expresiva que prefiere acariciar la humanidad de sus héroes -y la miseria de sus villanos, sobre todo la del superintendente de la Nickel, el señor Spencer- antes que gritar las verdades de su Gran Meta, esto es: hacer un ejercicio de memoria histórica para hablar del racismo endémico de la sociedad norteamericana.

Así las cosas, la novela podría entenderse como una variación carcelaria de un libro de Mark Twain o Charles Dickens (todo lo que tiene relación con la amistad entre Elwood y Turner en la escuela Nickel), si le agregamos el discurso de denuncia antixenófobo, la capacidad para pintar un contexto social convincente (la América de los primeros 60, los primeros mítines de Martin Luther King, el nacimiento de una conciencia rebelde contra el supremacismo blanco) sin cargar las tintas en su didactismo, y la habilidad maestra para explicar el pasado de un personaje en tres páginas de pura vida (las que narran, por ejemplo, la de Harriet, la abuela de Elwood, son espectaculares). Whitehead no necesita seguir las convenciones de la novela-río (y esta lo podría haber sido, atendiendo a lo mucho que abarca en términos éticos y políticos) para contar una historia que sigue siendo relevante en el 2020. La precisa concisión de su prosa es, en realidad, un pulido, respetuoso ejercicio de modestia ante la magnitud de la tragedia que continúa atravesando el día a día de toda una raza en uno de los países más vergonzosamente contradictorios del mundo.