El libro de la semana
'Como polvo en el viento ': el vértigo y el caos
Leonardo Padura traza con mano maestra la diáspora cubana siguiendo a un grupo de amigos exiliados que siguen amando la isla
Ricardo Baixeras
Crítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
Ricardo Baixeras
'Como polvo en el viento' es una novela ingente sobre de qué callada manera las costuras internas de unos personajes lanzados al mar de sus deshielos se encuentran y se extravían en un recorrido vital, personal e íntimo que es también el de todo un país. Cuba como un pueblo confrontado hacia sí mismo y hacia la diáspora que se configura en los remolinos de un relato sitiado entre la isla y el mundo. Cuba dibujada como “un país maldito y los cubanos [como] su peor maldición. Somos gentes que preferimos odiar y envidiar más que crecer con lo que tenemos.”
Con una estructura fragmentaria y contrapuntística, que va y viene del pasado al presente y del presente al pasado y que es uno de los aciertos de este libro, Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha sabido mostrar los entresijos argumentales de un “exilio eterno”, o lo que es lo mismo, el porqué de las motivaciones de Clara, Elisa, Bernardo, Darío, Irving, Horacio, Liuba y Fabio, Walter, Ramsés, Joel, Fabiola, Guesty, Marissa y Montse, un elenco de personajes atenazados por determinados acontecimientos del pasado y que los arrastra a un presente perpetuo. Personajes dañados por “los recuerdos o la nostalgia o la culpa. O el odio.”
La ética de la escritura de Padura se percibe como contención emotiva del Clan, inextricable nudo de personajes cada uno de ellos con sus propias contradicciones. En ocasiones, es el miedo, la desolación o el amor compartido; en otras, la sexualidad propia y ajena, la compasión, el futuro en ciernes, la maternidad o la esperanza desencantada. Pero todos ellos están unidos en una suerte de soledad compartida, la dosis incierta de un porvenir que llega tarde y mal y que los ubica en el límite de una encrucijada: “es como si no existiéramos, es como si fuéramos fantasmas, o los invisibles… No estamos en la memoria de nadie y nadie está en la memoria de nosotros. Somos y a la vez no somos, y van a pasar una pila de años para que empecemos a ser algo más que espectros… acá no somos lo que allá éramos
¿Una novela sobre el destino desproporcionado que atañe a un país abonado a la confrontación sempiterna? Sí. ¿Un libro reuniendo cólera y angustia tanto como melancolía y ternura por una patria que convierte a sus exiliados en “fantasmas” de lo que Adorno llamó “la vida dañada”? Pues también. ¿Una ficción sobre la posibilidad y la imposibilidad del regreso, piedra de toque de todos los exiliados que en el mundo han sido y que aquí viven a la intemperie? Sin duda. En cualquier caso, una novela sobre “el vértigo y el caos”, sobre las querellas emocionales de un grupo de amigos que abandonan la isla, aunque se queden, y que juran amor eterno a Cuba, aunque se vayan. La difícil huella de un mapa personal trazado en toda su complejidad con una mano diestra que ha sabido dosificar las intrigas constantes que proliferan por sus casi 700 páginas.
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