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La escuela infinita

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Nando Cruz

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El mundo de la jam session es eminentemente nocturno, pero hasta esto tiene resuelto la Sant Andreu Jazz Band. Un año más, el festival Jazzing que organizan desde hace siete años ha reservado los mediodías para que los jóvenes se fogueen como improvisadores junto a grandes figuras del género. El viernes los alumnos de esta Masia del jazz se batieron con el mismísimo Perico Sambeat. Acurrucados tras el piano, tres adolescentes sacaban valor y aliento de sus diminutos cuerpos para regatear con sus instrumentos de viento los acordes de guitarra de la hermana de Andrea Motis, Carla, que no hace tanto tiempo tenía su misma edad.

La media en primera fila no llegaba a los 11 años. Todos sin pestañear. Petrificados en la silla. Como enésimo eslabón de esa cadena de transmisión de conocimiento que es la Sant Andreu Jazz Band. Martha tiene 15 años y de pequeña sufrió problemas respiratorios. Para ella, aprender a tocar la trompeta ha sido un modo un modo de decir: ei, estoy aquí. Y ahí estaba: compartiendo estrado con Sambeat, Motis y el patriarca del jazz santandreuenc, el contrabajista y profesor Joan Chamorro. Mientras ella tocaba, un chaval de primera fila se levantó, agarró la trompeta y se situó al pie de la escalera que llevaba al escenario. Se sentía preparado. Él también quería subir a tocar.

El año más duro

Todo esto ocurría en el Espai Joan Bota del recinto fabril Fabra i Coats, sede de las actividades docentes del Jazzing. Apenas una treintera de inscritos distribuidos en sillas separadísimas componían una estampa desoladora. En 2019 fueron 250. El coronavirus ha enterrado cientos de festivales, pero los que han logrado celebrarse 2020 también han recibido duros mazazos. Aun así, el festival de jazz de Sant Andreu no ha querido dejar de existir ni en el año más duro.

Andrea Motis entró en la sala minutos antes de que acabase la jam. Llevaba mascarilla, pero se la reconocía perfectamente por su silueta. Tras publicar ocho discos, la vecina más internacional de Sant Andreu se dispone a lanzar su primer bebé. Está ya de ocho meses y aún así se ofreció en cuerpo y alma al festival de su barrio. No solo protagonizaría el concierto de celebración de su primera década como profesional. También intervino en el concierto inaugural del miércoles, en un pase íntimo el sábado y en la clausura del domingo. Y como guinda, ofreció una generosa charla para resolver dudas a los jóvenes. 

Un pianista adolescente le preguntó qué hacer para no obsesionarse con los cambios de acorde mientras improvisaba y ella aconsejó aparcar el instrumento e inventar melodías con la voz. Cantar. Cantar incluso sobre discos ajenos dibujando melodías propias. Y ya luego, trasladarlas al instrumento. Le estaba invitando a desarrollar lo que ella denomina “el oído interior”. Andrea también explicó cómo ha llegado donde está. La clave, piensa, fue la primera clase. Tenía siete años y destrozó ‘El gegant del pi’, pero su profesor, Toni Gallart, en vez de corregirle tantísimos errores, le hizo percibir sus escasos aciertos. Por ello resume el método Sant Andreu así: los niños deben salir feliz de la primera clase. Y tan generosas eran sus respuestas que en una hora solo contestó seis.

Joan Chamorro asentía desde la silla como un alumno más. También él le lanzó preguntas. Preguntas y respuestas que, a falta de intérprete, Andrea también traducía al inglés para el público que la seguía desde internet. Carla Motis engullía un bocadillo al fondo de la sala aprovechando que nadie requería su presencia. Pero los talleres del Jazzing son un sinfín de sorpresas. De repente, las Motis tocan un tema de Mongo Santamaria con Chamorro al contrabajo. El ambiente en el taller era desangelado, pero en cuanto brotaba la música, cambiaba el paisaje por completo. Los juegos instrumentales generaban carcajadas y conversaciones. La escuela revivía

Melodía y gominola

En las pausas entre talleres, se percibían ya los efectos. Un niño salía tarareando una melodía recién inventada y, satisfecho, se concedía un premio: ¡una gominola! El pequeño Luc se mostraba decepcionado por su intervención al trombón, pero un chaval seis años mayor lo consolaba: no había sido perfecta, pero tampoco terrible. Por el callejón se acercaba una veinteañera susurrando una canción de Joni Mitchell. A lo lejos resonaban potentes risas de compadreo. Eran los miembros de la orquesta Smack Big Dab, calentando motores para su concierto de la noche.

El Jazzing también es un festival del pluriempleo. Antes de impartir el siguiente taller, la violinista Èlia Bastida había ejercido de regidora de sala. A media exposición hizo que Carla y Joan tocasen un blues para explicar a los alumnos de formación clásica cómo imprimir un aire jazzy a su técnica. Al acabar, el joven pianista que preguntó a Andrea, cogía la gamuza y desinfectaba las sillas para el siguiente taller. A Èlia y Carla aún les quedaban conducir dos clases y tocar en tres conciertos más. La agenda de Chamorro mejor no desglosarla; él es un cyborg. Pero cuando usted lea esto, Andrea, Carla, Èlia y Joan seguirán durmiendo a pierna suelta tras 72 horas en las que han hecho de todo para sacar adelante una edición del Jazzing que ha sido todo un acto de resistencia.