LOS DISCOS DE LA SEMANA

Crítica de 'Gold record', de BIll Callahan: el alma de la canción

El cantautor norteamericano Bill Callahan, en una imagen promocional de 'Gold record'

El cantautor norteamericano Bill Callahan, en una imagen promocional de 'Gold record'

Jordi Bianciotto / Juan Manuel Freire / Ignasi Fortuny / Roger Roca

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Bill Callahan sigue esculpiendo paso a paso su perfil de cantautor ajeno al tráfico de tendencias y a los golpes de efecto, escuchando su voz interior y atendiendo a la llamada de los grandes. Puede permitírselo a estas alturas, tres décadas después de dar señal con ‘Sewn to the sky’, el debut de su alias primigenio, Smog, vehículo de culto en el ala alternativa de los años 90. Ahora nos vacila hablando de tú a tú con los mismísimos Johnny Cash y Leonard Cohen en ‘Pigeons’, la pieza que abre su nuevo álbum, ‘Gold record’, publicado este viernes.

Álbum de ‘callahanismo’ extremo y filtrado, con su voz seca y confidente de narrador en primer plano y un detallismo microscópico en los arreglos. Los arpegios de guitarra acústica marcan la pauta, y el roce de los dedos en los trastes del mástil, en críptico diálogo con otras fuentes: una lejana trompeta fronteriza, un quejido de guitarra eléctrica, el raspado de la percusión. ‘Tempos’ que se transforman sigilosamente, desintegrándose y dejando la voz desnuda, o adoptando una cadencia de vals o de balada country.

Esperando otra canción

Da la sensación de que Callahan hace lo que quiere con la canción, dejando que crezca, se detenga o se acelere durante su mismo recorrido, gestionando silencios, punteos guadianescos o teclados con purpurina atmosférica: déjense envolver por la humilde magia de ‘Another song’, donde nos dice que prefiere retozar en la cama y dejar para mañana el trabajo de terminar una canción. Desentendiéndose del mundo y de la productividad. “Solitario, de una manera agradable”, aventura. Tumbado a la bartola, “sin esperar nada / excepto quizá otra canción”.

‘Gold record’, que toma un súbito relevo de otro álbum de altos vuelos, ‘Sheperd in a sheepskin vest’ (2019), representa la depuración de un estilo acorde con la condición, asumida con deportividad por Callahan, de caballero de mediana edad y padre familia. Un cuadro que no implica decadencia alguna: aunque juegue al despiste con la pereza, él sigue buscando sin descanso esa nueva canción, y la encuentra una y otra vez, en los apuntes sarcásticos de ‘Protest song’ (contra cierto cliché de cantautor comprometido: “votaría por el diablo si él me dijera que eso está mal”), en el llamamiento a huir del mundanal ruido de ‘Let’s move to the country’ (“solo tú y yo / Y una cabra, y un mono / y una mula y una pulga”) y en la descripción doméstica de ‘Breakfast’, con ironía y el corazón en la mano.

Los gigantes Cash y Cohen en la vitrina, y también Ry Cooder, a quien dedica una canción titulada con su nombre y apellido, admirativa y ácida: “A los rockeros ingleses, todo el dinero se les va por la nariz / Mientras Ry se limita a sonreír / y prueba otra difícil pose de yoga”. Con todos ellos puede comenzar a medirse Bill Callahan, un autor que, como aquellos, está entregando obras álgidas en tiempo de madurez. Quizá lo mejor esté todavía por llegar. Jordi Bianciotto


OTROS DISCOS DE LA SEMANA

Una tragedia, el suicidio de su hija Mina Mazy, a los 24 años, marca la nueva obra de Adrian Thaws. La pena y la desesperación cubren de oscuridad el álbum, con versos explícitos en ‘Hate this pain’, en un equilibrio tenso entre atmósferas turbadoras y líneas melódicas cálidas (las voces de la polaca Marta Zlakowska y la danesa Oh Land), fundiendo la tiniebla electrónica con el piano y el cello. Cadencias interioristas con ecos del viejo Bristol, buscando la humanidad entre la desolación. J. B.

En su segundo álbum, la productora galesa busca un delicado equilibrio entre cortes de baile y exploraciones del formato canción como 'Re-wild', ejercicio de escurridizo trip-hop, o la odisea sónica “On”, catártico tema de ruptura que empieza en un pop etéreo para derivar hacia el emo-techno. Hay también una versión instrumental de Radiohead ('Arpeggi') y una colaboración spoken-word con John Cale ('Corner of my sky'). Disco diverso a la vez que depurado, clara labor de amor. Juan Manuel Freire

Después de mucho tiempo publicando canciones lanzadas de manera individual, Beny Jr publica un esperado primer álbum con título transparente. El de L’Hospitalet, crecido junto a otro fenómeno como Morad, enseña a lo largo de 11 temas su camino vital entre callejuelas –incluso pidiendo perdón por episodios pasados- hasta ser uno de los nombres con más futuro del panorama (Myke Towers compartió en Instagram este verano una de sus canciones), a la vez que se abre a compartir también su cara más sentimental. Ignasi Fortuny

Su voz de barítono es como un abrazo. Sus canciones también. Toque el asunto que toque, Gregory Porter lo hace siempre con compasión y ternura. Y en 'All rise', Porter toca muchos frentes. El amor, el racismo, la fragilidad, su padre ausente. Lo hace más a lo grande que nunca hasta ahora. En 'All rise' hay cuerdas y coros y una producción fastuosa digna de la estrella en que se ha convertido, pero en el fondo nada ha cambiado desde su primer disco, diez años atrás. Una voz gigante que canta a corazón abierto canciones sencillas y francas. Roger Roca

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