EN LA SIBERIA EXTREMEÑA

Gabi Martinez, señor de las ovejas negras

En el libro 'Un cambio de verdad' el autor cuenta su experiencia como pastor y sus implicaciones medioambientales

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Elena Hevia

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El viaje más complejo, quizá el que te transforma más profundamente, no está en los antípodas sino mucho más cerca. Es una idea a la que llegó el escritor viajero  Gabi Martínez (Barcelona, 1971) después de haber remontado el Nilo, haber entonado una elegía frente  a la Gran Barrera de Coral o perseguido el fantasma del legendario Yeti en el Indu Kush y haberlo contado en sus libros.  ¿Quién le iba a decir que la respuesta a la mayoría de sus preguntas sobre la degradación medioambiental del planeta, nuestra lejanía urbanita frente a la naturaleza o la aspiración a una vida menos mediatizada y más pura, iba a estar en las tierras en la que su madre vivió de niña, lo que popularmente se conoce como la Siberia extremeña en el nordeste de la comunidad. A aquella dehesa fue el autor a ejercer de aprendiz de pastor durante cuatro meses, cuidando un rebaño de ovejas negras –lo que no deja de ser simbólico-  como una forma de conectar con sus raíces: “Sentía que los políticos y el clima que estos generaban  me transmitían solo una degradación moral por eso me volqué  en la ética sencilla y pura de mis padres que, pese a todo lo vivido, habían conseguido mantener intacta. Ellos me parecían personas dignas de respeto”.

De ahí que el libro en que ha vertido esa experiencia, 'Un cambio de verdad' (Seix Barral) funda sus dos grandes inquietudes: su preocupación por el medio ambiente y la responsabilidad moral de hombres y mujeres frente a ello. “El título tiene un doble sentido. Un nuevo  modelo  que supone cambiar verbos como correr por ralentizar o atacar por cuidar y luego un cambio dentro del cambio, porque trabajando con el rebaño también me doy cuenta de que hay ciertas dinámicas industriales que están llegando al campo. De ahí que yo me identifique  con una cierta vanguardia rural que intenta hacer las cosas de forma más sostenible”.

Trabajar por la tierra

Cómo la gente de la dehesa acepto a este extranjero raro que venía de una gran ciudad se aprecia bien en el relato. “Fue importante para mí que comprendieran rápido que yo había ido allí a trabajar y no a hacer turismo”. Pero el verdadero salvaconducto de Martínez fue su segundo apellido, Cendrero, porque gracias a  él reconocieron el paso por la zona de su abuelo  y su madre.  Pero ¡ojo!, no hasta el punto de confiar en él para ir de caza si esta, como comprendió más tarde Martínez, era de carácter furtivo.

Dormir espartanamente en saco todas las noches o soportar  cinco borrascas seguidas no fue en absoluto cómodo, pero peores cosas sufrió  el autor en otras latitudes. "Más que el frío o las condiciones climáticas el gran desafío para mí fue entrar en una medida del tiempo distinta que me ayudara a pensar de una forma diferente”.  Reflexionar  por ejemplo en el equilibrio en la intervención que el hombre ha hecho de la dehesa y cómo por estas razón este es el “paisaje más biodiverso del mundo”.  Seguir los pasos, cuenta, de Antonio Machado, Miguel de  Unamuno o Miguel Delibes que supieron conjugar arte y naturaleza. “Creo que el arte no está para reivindicar nada pero sí se puede emerger como artista con una voz que evidencie el espíritu crítico”. Desechar la idea, acuñada aquí durante la Transición, de que el campo es un lugar triste del que necesitas huir. “Tenemos que trabajar allí para cambiar esa idea. El campo necesita empoderarse”.

Corredores para los jabalíes

Que el libro que se inscribe en la cada vez más floreciente escritura de la naturaleza haya aparecido en plena pandemia no ha hecho más que subrayar esas ideas. En las ciudades sin coches -“no nos dimos cuenta de lo agresivos que son los vehículos hasta que desaparecieron por un tiempo”- vimos asombrados cómo correteaban  los jabalíes por el asflto y comprobamos cómo  la vegetación puede crecer donde no se le ha pedido. “En muchas ciudades del mundo desde hace años  se han protegido los corredores naturales para que los animales circulen por ellos. Aquí en Barcelona, los hemos ignorado, Collserola se ha convertido en una trampa cerrada para tejones y jabalíes  a causa de la especulación inmobiliaria.  Tenemos que aprender a gestionar esa riqueza”.