CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'Tenet': el demiurgo Nolan se suelta el pelo
'Tenet' es un 'blockbuster' que se aleja de las normas del consumo rápido para recordarnos que se puede hacer cine de autor sofisticado, imaginativo e inteligente al mismo tiempo que ambicioso y un tanto megalómano
Beatriz Martínez
Periodista
Periodista cultural y crítica de cine.
Beatriz Martínez
La noción de tiempo se ha convertido en una de las piedras angulares de la filmografía de Christopher Nolan. El pasado, el presente y el futuro se funden y se confunden en sus películas hasta que los contornos desaparecen por completo. Bucles, saltos, recuerdos, rebobinados, esferas del subconsciente, sueños, realidades múltiples se convierten en materias primas fundamentales para introducirnos en una nueva percepción sensorial subjetiva.
En realidad, parece como si su cine siempre hubiera estado encaminado a introducir al espectador en una nueva forma de contar las historias, de manera que las leyes de la lógica a las que estamos acostumbrados perdieran por completo el sentido y nos adentráramos en un universo paralelo en el que él fuera el auténtico y único demiurgo.
Por eso no es de extrañar que su última película, ‘Tenet’, entronque directamente con su seminal ‘Memento’. Muchas de las ideas que aparecían en su primera obra de culto, como el concepto de inversión (primero vemos la consecuencia, y después la acción), ya habían sido esbozadas con anterioridad, aunque en esta ocasión adquieren una dimensión totémica.
En ese sentido ‘Tenet’ (palabra que se utiliza como código para “abrir o cerrar puertas”) es una pieza de orfebrería de endiablada precisión escondida bajo montones de capas y de niveles, como también lo era ‘Origen’, solo que en esta ocasión su filosofía interna todavía resulta más críptica e inaccesible.
¿Significa que no se puede disfrutar de ‘Tenet’ aunque durante buena parte del metraje no sepamos muy bien qué nos está contando hasta que no empiezan a ir encajando las piezas? Ahí está una de las grandes virtudes de Christopher Nolan, su capacidad para ofrecer una exhibición de talento visual apabullante al mismo tiempo que consigue que la mente del espectador entre en estado de ebullición intentando descodificar los planteamientos que se exponen como si fueran ecuaciones matemáticas en el seno de una narración endiablada.
Virtuosimo casi operístico
En cualquier caso, no hay lugar para detenerse a pensar mucho. ‘Tenet’ es una auténtica ametralladora de 'set-pièces' de acción de una precisión técnica y de un delirio visual inauditos donde el director vuelve a demostrar su virtuosismo a la hora de la puesta en escena grandilocuente. Incluso cuando se trata de una persecución de coches, el cineasta orquesta una coreografía estilística casi operística. Y si se trata de hacer estallar un avión, tampoco pone reparos.
En esta ocasión Nolan se divierte como nunca mezclando géneros: la 'buddy movie', el cine de espías, la ciencia ficción y el discurso apocalíptico. Incluso hay momentos de poesía existencial con citas de Whalt Whitman que adquieren un sentido revelador en el momento en el que nos encontramos (“vivimos en un mundo crepuscular”).
Puede que John David Washington no sea el actor más carismático del mundo, pero cumple su función acompañado de su escudero 'cool' Robert Pattinson. Sin embargo, son los personajes del villano encarnado por Kenneth Branagh (con acento ruso) y su esposa (la delicada Elizabeth Debicki) los que adquieren un peso específico dentro de una trama que en realidad trata del poder y de la perversión que provoca.
Nolan siempre ha sido un director muy hermético y ‘Tenet’ seguramente dará lugar a miles de teorías. Pero entre otras cosas, la película habla de dos fuerzas antitéticas como son la construcción y la destrucción (algo que se visualiza a la perfección en el ataque a un edificio que se derrumba y se restaura al mismo tiempo), del caos y de la entropía y de qué forma utiliza eso el hombre para amar y aniquilar todo aquello lo que le rodea.
Es ‘Tenet’ una película exigente, un 'blockbuster' que se aleja de las normas del consumo rápido para recordarnos que se puede hacer cine de autor sofisticado, imaginativo e inteligente al mismo tiempo que ambicioso y un tanto megalómano. No es nada nuevo, el cineasta ha aplicado esta fórmula en muchas ocasiones, pero en cada partida parece doblar la apuesta, lo que sin duda contribuirá a que siga generando filias y fobias, aunque en este caso el espectáculo resulta demasiado avasallador para no caer rendido.
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